María y su viaje estelar
Era un día brillante y soleado en el pequeño pueblo de Valle Estrella, donde vivía María, una curiosa niña de cuatro años. María tenía un pelo rizado como un nido de pájaros y unos ojos que brillaban como las estrellas. Su mayor sueño era viajar al espacio, pero este sueño parecía tan lejano como las estrellas en la noche.
Un día, cuando María y sus padres, Lía y Pablo, estaban sentados en la mesa desayunando, su padre le dijo:
"María, ¿y si te dijera que vamos a hacer un viaje muy especial?"
Los ojos de María se iluminaron como luces de Navidad.
"¿A dónde?"
"Vamos a viajar al espacio, a conocer planetas y estrellas. ¿Te gustaría?"
"¡Sí! ¡Sí! ¡Quiero ver a los astronautas y las estrellas acerca!"
Lía sonrió mientras miraba a su hija.
"Pero primero, tenemos que prepararnos. Necesitamos una nave espacial, y eso significa que hay que construirla. ¿Te parece?"
"¡Claro! ¡Vamos a construirla!"
Así fue como por la tarde, los tres se pusieron a trabajar en el jardín. Juntaron cajas de cartón, tubos de papel higiénico y pintaron todo con colores brillantes. Lía ayudó a María a dibujar estrellas y planetas.
Después de horas de trabajo duro y risas, por fin terminaron su nave espacial, que llamaron "Estrella Viajera". Eran los más felices del mundo.
"Ahora solo falta un último detalle. ¿Qué hace falta en un viaje al espacio?" preguntó Pablo.
"¡Comida espacial!" dijo María mientras aplaudía.
Así que prepararon unas galletas en forma de estrellas y jugos de colores en frascos de plástico. Con todo listo, subieron en su nave de cartón y se sentaron en sus asientos improvisados.
"¡Consigamos nuestro destino!" grito Pablo, haciendo el sonido del lanzamiento.
"¡Despegue en 3, 2, 1... ¡Despegue!" gritó Lía.
Al cerrar los ojos, María sintió que la nave comenzaba a moverse. Imaginó que estaba atravesando un arco iris de colores brillantes. Cuando los abrió de nuevo, se encontró en un lugar increíble: un verdadero planeta de color azul.
"¡Mirá, estamos en el planeta Agua!" dijo Lía.
"¡Ese es mi planeta favorito!" exclamó María.
Sin embargo, en ese planeta cuidaban a los animales marinos y les lanzaban grandes redes de plástico, lo que los hacía llorar.
"Eso no está bien" dijo María. "Debemos ayudar a los animalitos." Entonces, idearon un plan. Con su nave, fabricaron un gran gancho de cartón para ayudar a recoger la basura. Juntos limpiaron el océano, y los animales sonreían y aplaudían, cada uno en su propio idioma.
"¡Gracias, amigos!" les dijo un pez globito.
"¡Hasta luego, visiten a Tierra!" agregó.
Mientras María y sus padres continuaban viajando, llegaron a otro planeta, uno lleno de árboles y flores gigantes.
"¡Este se llama el Planeta Verde!" exclamó Lía.
El aire fresco y las flores danzaban al ritmo del viento. Allí conocieron a unos pequeños alienígenas que parecían hadas, con alas brillantes.
"¡Bienvenidos!", dijeron los alienígenas.
"¡Hola!" respondió María entusiasmada.
De repente, uno de los alienígenas, llamado Zobi, se acercó y les preguntó si podían ayudarles. Su planeta estaba en problemas porque no sabían cómo cuidar los árboles mágicos que les daban energía.
"¡Podemos ayudar!" dijo María.
"Sí, juntos podremos hacer que crezcan fuertes y sanos" agregó Pablo.
Pasaron la tarde plantando nuevas semillas y regando los árboles. Con cada riego, los árboles empezaron a brillar como luces de colores.
"¡Los árboles son felices!" gritó Zobi, dando vueltas en el aire.
Después de haber ayudado a los alienígenas, María sintió que había crecido como persona.
"Estoy feliz de ayudar a mis nuevos amigos. ¡Quiero seguir viajando!" dijo.
Volvieron a entrar a su nave Estrella Viajera y se pusieron en marcha. La siguiente parada fue un lugar lleno de globos y colores, el Planeta Fiesta.
"¡Esto es impresionante!" gritó María viendo la gran celebración.
"¡Todos los días son días de fiesta aquí!" explicó un extraterrestre llamado Fiesta.
María y sus padres se unieron a los bailes, cantaron canciones y hasta aprendieron a hacer malabares con pelotas espaciales.
"¡Esto es lo mejor!" dijo María mientras giraba feliz.
Pero mientras todos festejaban, un volcán comenzó a erupcionar.
"¡Debemos ayudar!" gritó Lía.
"Deberíamos construir un dique para desviar la lava" sugirió Pablo.
María recordó que en su pueblo ella había aprendido a ayudar. Así que, junto a los extraterrestres, usaron grandes bolas de malabares para crear un dique y desviar el flujo de lava.
"¡Lo logramos!" gritó Fiesta.
"¡Son héroes espaciales!".
Con sus corazones llenos de alegría y trabajo en equipo, María y sus padres decidieron que ya era tiempo de regresar a casa.
"Hemos hecho grandes amigos y ayudado a muchos. ¡Este viaje ha sido mágico!" dijo Lía mientras todos se acomodaban en la nave.
"¡Sí! ¡Pero quiero volver pronto!" respondió María.
Finalmente, con un giro de la palanca y un nuevo conteo, la Estrella Viajera comenzó su viaje de regreso a casa.
Al llegar, todo el mundo estaba esperando.
"¡Estábamos preocupados!" les dijeron sus vecinos.
"¡Pero estamos bien! ¡Y traemos historias y alegría!" contestó María emocionada.
Y así, cada noche, cuando María miraba al cielo, recordaba su viaje al espacio, las increíbles amistades que hizo y las enseñanzas que llevó consigo.
"Siempre ayudaremos a donde vayamos, porque es nuestro poder y felicidad " decía ella con una sonrisa, mientras una estrella brillaba más fuerte que las demás.
Desde ese día, nunca dejó de soñar. Con cada estrella que veía, María sabía que había un mundo esperando para ser explorado y que, con su bondad y su gran corazón, siempre podría traer luz y alegría a donde fuese.
María aprendió que todos tenemos el poder de hacer una diferencia, ya sea en la Tierra o en cualquier otro rincón del universo. Y eso es lo que más brilla en su corazón, porque cada pequeño gesto de ayuda puede cambiar el mundo, un viaje a la vez.
FIN.