Marian y el Misterio del Cuento Perdido
Era un día como cualquier otro en la escuela de Marian, una niña de seis años que siempre hacía lo que quería. Cada vez que la maestra, la señora Rodríguez, decía algo, Marian soltaba un suspiro y miraba por la ventana.
- ¡Marian! - dijo la señora Rodríguez con una voz suave pero firme - Necesitamos que hagas tu tarea de matemáticas. Es muy importante para tu aprendizaje.
- No tengo ganas - contestó Marian, cruzando los brazos y frunciendo el ceño. Sus ojos marrones brillaban con desafío.
Al salir de la escuela, Marian decidió que iba a ir a la biblioteca del barrio. Le gustaba mucho leer, pero solo cuentos que ella elegía, especialmente aquellos donde los héroes siempre ganaban y las cosas salían como querían. Ese día, un cuento en particular captó su atención: "El misterio del cuento perdido".
Cuando Marian comenzó a leer, notó algo raro. El personaje principal, una niña llamada Lía, se enfrentaba a varios desafíos y a veces tenía que trabajar en equipo y hacer cosas que no quería hacer. Marian frunció el ceño.
- No me gusta que Lía no consiga lo que quiere - murmuró en voz baja.
A medida que leía, descubrió que Lía también era desobediente y se enojaba a menudo. Al principio, Lía creía que podía hacer todo sola, pero pronto se dio cuenta de que necesitaba la ayuda de sus amigos. Marian sonrió al ver que Lía se unía a sus amigos para resolver problemas.
- Quizás eso no esté tan mal - admitió Marian mientras seguía leyendo.
Cuando llegó al final de la historia, Lía logró encontrar el cuento perdido, pero no sin la ayuda de otros. Marian sintió un cosquilleo de emoción, una sensación que nunca había sentido antes. De repente, se dio cuenta de que hacer cosas en equipo podría ser divertido, y que aceptar no tener siempre la razón podía llevarla a nuevas aventuras.
Al día siguiente, en clase, la señora Rodríguez les pidió que hicieran un dibujo sobre el cuento que habían leído. Marian, con la historia de Lía en mente, decidió unirse a su compañera Sofía, a quien solía ignorar.
- ¿Vamos a dibujar juntas? - preguntó Marian con un toque de timidez, sonrojándose un poco.
- ¡Claro! - respondió Sofía, sorprendida pero encantada. - Podemos hacer un mural gigante.
A medida que trabajaban, Marian se sintió alegre. Hacer algo con otra persona era un cambio refrescante. Pero cuando estaban cerca de terminar, ocurrió algo inesperado: el dibujo se rasgó. Marian se enojó y gritó:
- ¡No puede ser! ¡Esto es un desastre!
Sofía, recordando lo que había leído sobre Lía, le dijo:
- ¿Y si lo vemos como parte de la aventura? Podemos pegarlo y agregarle elementos nuevos.
Marian la miró con sorpresa.
- ¿Recuperarlo? No lo había pensado así.
Trabajaron juntas y, al final, el mural quedó hermoso y original, lleno de colores y risas. Cuando la señora Rodríguez vio el trabajo, se iluminó.
- ¡Qué maravilloso es ver cómo han trabajado en equipo! - exclamó con alegría.
Marian sonrió mientras sus compañeros la felicitaron.
- Quizás no esté tan mal trabajar con otros - reflexionó Marian. Se sintió orgullosa de lo que habían hecho.
Desde ese día, Marian comenzó a abordar las cosas de una nueva manera. No siempre hacía lo que quería, pero se dio cuenta de que se podía aprender y divertirse junto a sus compañeros, y que a veces, cuando las cosas no salen como planificamos, eso también puede convertirse en una gran historia.
Marian había aprendido a escuchar, a colaborar e incluso a dibujar juntos, dejando de lado todo aquel enojo. Pero sobre todo, había encontrado en la amistad algo más valioso que siempre tener razón: la alegría de compartir y construir juntos.
FIN.