Mariana y el Lobo Feroz



Mariana era una niña curiosa y llena de energía. Un día, mientras sus padres estaban ocupados en casa, decidió que era el momento perfecto para explorar el misterioso bosque que se encontraba cerca de su hogar. Sin pensarlo dos veces, se puso su gorra, agarró su mochila y salió corriendo.

Al llegar al bosque, Mariana estaba fascinada. Los árboles altos, el canto de los pájaros y el suave murmullo del viento la envolvían en una sensación de aventura. Sin embargo, se había olvidado de que el bosque también tenía sus peligros.

Mientras exploraba, Mariana se encontró con un pequeño arbusto cubierto de bayas brillantes. "¡Qué ricas deben ser!"- pensó, pero justo cuando se acercó, escuchó un ruidito detrás de ella. Al darse vuelta, se topó con un enorme lobo feroz.

"¡Hola, pequeña!"- dijo el lobo, con una voz suave pero temible. "¿Qué haces aquí sola en el bosque?"

Mariana, aunque asustada, decidió ser valiente. "Vine a explorar, pero me parece que he cometido un error"- respondió.

El lobo sonrió, mostrando sus dientes afilados. "¿Sabes? Todos los que vienen al bosque deben conocer las reglas. Aquí las cosas no son siempre como parecen. ¿Te gustaría aprenderlas?"-

Mariana asintió, aunque temía un poco lo que pudiera pasar. "Sí, por favor. No quiero meterme en más problemas"-

El lobo hizo un gesto con su pata. "Primero, debes saber que el bosque tiene su propio lenguaje. Escucha y aprenderás. La naturaleza siempre está aquí para guiarnos"-.

Mariana, intrigada, se sentó junto al lobo y comenzó a escuchar. Se dio cuenta de que los pájaros cantaban diferentes melodías, cada una contaba su propia historia. "Las aves están advirtiendo sobre la lluvia que se aproxima, por eso cantan más alto"- explicó el lobo.

Mientras más escuchaba, más se daba cuenta de que el bosque era un mundo lleno de vida, y que cada ser tenía su rol. De repente, el cielo se oscureció y comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia.

"Mira, es hora de buscar refugio. Sé donde podemos cobijarnos"- dijo el lobo.

Mariana, aún temerosa, decidió confiar en el lobo. Lo siguió hasta una cueva grande y acogedora, donde ambos se resguardaron de la lluvia. "¿Por qué eres tan amable?"- preguntó Mariana, sorprendida. "Los lobos también sentimos miedo y soledad, al igual que tú. A veces, solo necesitamos un amigo"- respondió el lobo, con sinceridad.

Una vez que la tormenta pasó, Mariana y el lobo salieron de la cueva. El bosque había cambiado; los colores eran más vivos y el aire tenía un aroma fresco. Ya no sentía miedo, sino una gran admiración por la naturaleza. "Gracias, lobo. Me has enseñado mucho hoy"- dijo ella, con una sonrisa.

"Recuerda, Mariana. A veces, los que parecen feroces pueden tener un corazón amable. Siempre es bueno preguntar antes de juzgar"- añadió el lobo, guiñándole un ojo.

Mariana se despidió del lobo, prometiendo que aprendería a respetar y cuidar el bosque. De regreso a casa, comprendió que la curiosidad es buena, pero que siempre es mejor compartir las aventuras con sus padres, quienes siempre se preocupaban por su seguridad.

Desde ese día en adelante, Mariana contaba su historia a sus amigos, recordándoles lo importante que es escuchar a la naturaleza, y que los encuentros inesperados pueden enseñar lecciones valiosas sobre la amistad y la confianza.

FIN.

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