Mariana y el sueño del fútbol



Mariana era una niña de diez años, llena de energía y pasión por el fútbol. Cada tarde, cuando salía del colegio, corría hacia el parque cercano, donde sus amigos varones jugaban con una pelota. Ella siempre soñó con formar parte del juego, pero había un obstáculo al que se enfrentaba cada vez que intentaba jugar.

Un día, mientras Mariana se ataba los cordones de sus zapatillas, su mamá la llamó desde la cocina.

"Mariana, ven a ayudarme a poner la mesa, por favor".

Ella suspiró, pero dejó sus sueños de lado y fue a ayudarla.

La tarde siguiente, cuando Mariana llegó al parque, vio que sus amigos estaban ahí, jugando un emocionante partido.

"¡Chicos, puedo jugar!" - gritó, corriendo hacia ellos.

Pero uno de ellos, tomó la pelota y dijo:

"No, Mariana. El fútbol es para varones. No puedes jugar con nosotros".

Mariana se sintió triste y decepcionada. Regresó a casa, donde encontró a sus padres viendo televisión. Les habló sobre lo que había sucedido.

"Mamá, papá, quiero jugar al fútbol como los chicos".

Su papá, sin mirarla, respondió:

"Pero el fútbol es para los varones, Mariana. Deberías intentar con algo más femenino".

"Pero yo amo el fútbol" - insistió Mariana, llena de determinación.

Sus padres no cambiaron su opinión, y cada vez que Mariana les pedía jugar, solo le decían que se olvidara de eso. Pero Mariana no se rindió. Un día, decidió organizar su propio pequeño partido en el parque, invitando a las chicas de su escuela.

Mariana fue al parque y, con mucha energía, comenzó a alentar a las niñas.

"¡Vamos chicas! ¡A jugar al fútbol!" - gritó con entusiasmo.

Al principio, las niñas la miraron con sorpresa. Una de ellas, Sofía, preguntó:

"Pero, ¿nos dejarán jugar?".

Mariana sonrió y dijo:

"¡Claro! El fútbol es para todos. Vení, probemos y vamos a divertirnos".

Poco a poco, algunas chicas se unieron. Así, en el medio del campo, comenzaron a jugar. La diversión fue tanto, que automáticamente atrajo a algunos chicos que jugaban cerca.

"¿Podemos unirme?" - preguntó uno de ellos, mirando la alegría del grupo.

Mariana, con una gran sonrisa, respondió:

"¡Por supuesto! ¡El fútbol es para todos!".

Después de un rato, el parque se llenó de risas y gritos de emoción. Todos estaban jugando juntos, ignorando las etiquetas de género que sus padres les habían enseñado. Mariana estaba feliz, pero sabía que algo faltaba.

Al escuchar el bullicio, los padres de Mariana decidieron acercarse al parque para ver qué estaba pasando. Cuando llegaron, se sorprendieron al ver a su hija rodeada de niños y niñas disfrutando del fútbol.

La mamá de Mariana no pudo evitar preguntarle a otra madre:

"¿Sus hijos juegan al fútbol? ¿No debería ser sólo para chicos?".

La madre, que estaba mirando feliz a sus niños, dijo:

"Claro que no. El fútbol es para todos. Me parece genial que se diviertan juntos".

Fue entonces cuando los padres de Mariana empezaron a darse cuenta de que el fútbol no era solo para varones, sino un juego que podía unir y divertir a todos, independientemente de su género. Mariana, al ver la cara de sorpresa de sus padres, se acercó a ellos.

"¿Ven? Se puede jugar con cualquiera. El fútbol es mi pasión, y todas podemos jugar".

Esa tarde, tras observar cómo se divertían todos en el parque, los padres de Mariana se sintieron orgullosos de ella. Al llegar a casa, Mariana se sentó con ellos y les explicó lo feliz que la hacía jugar.

"No importa si eres niña o niño. Todos tenemos el derecho a hacer lo que amamos".

Sus padres, reflexionando sobre sus palabras, finalmente entendieron el mensaje. A partir de ese día, en lugar de prohibirle, comenzaron a apoyarla.

"Está bien, Mariana. Si realmente te gusta, puedes jugar fútbol. Te llevaremos a un club para que aprendas más".

Mariana no podía creer lo que escuchaba. Su rostro brilló de felicidad. Con el apoyo de sus padres, se unió a un equipo de fútbol donde pudo entrenar y jugar con otras chicas.

A partir de ahí, aprendió que el esfuerzo y la pasión no tienen género. Mariana se convirtió en una gran jugadora, y no solo eso, también inspiró a muchas otras niñas a perseguir sus sueños, sin importar los límites que les impusieran.

Los sábados, el parque se llenaba de risas, no solo de la voz de Mariana, sino de muchas otras chicas que, ahora, también se sentían libres para jugar al fútbol. Y así, en un pequeño rincón del mundo, Mariana rompió esas barreras y demostró que el amor por el fútbol no conoce género.

El fútbol era su pasión, pero lo más importante era que había logrado que sus padres entendieran que todos merecen la oportunidad de jugar, soñar y ser felices, sin importar si son niños o niñas.

FIN.

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