Mariana y las Reglas del Salón



Era una mañana soleada en la escuela de Mariana. La maestra, la señorita Laura, había decidido hacer un repaso sobre las reglas del salón. Mariana, una niña siempre inquieta y llena de energía, se encontraba en la clase, pero no estaba prestando atención.

"Mariana, por favor, concéntrate en lo que estamos hablando. Las reglas son muy importantes para que todos estemos bien" - dijo la señorita Laura con una voz suave.

"Sí, sí... pero yo ya sé todo eso" - respondió Mariana, levantando la mano para jugar con su compañero, Tomás, en vez de escuchar.

A la hora del recreo, mientras las niñas y los niños jugaban felices, Mariana decidió que era un buen momento para hacer sus propias reglas. Se apartó del grupo y comenzó a hacer ruido cerca de un arbusto. Saltaba y gritaba, ignorando por completo a los demás.

De repente, un ruido fuerte sacudió el aire.

"¡Mariana!" - gritaron todos asustados. Un pájaro asustado había salido volando rápidamente de entre las ramas. Mariana, sorprendiéndose, tropezó y se cayó.

Mientras se levantaba, un grupo de niños se acercó a mirar.

"¿Estás bien, Mariana?" - preguntó Ana, su mejor amiga, preocupada.

"Sí, estoy bien, pero... no me gustó que todos me miraran" - refunfuñó Mariana.

"Dijo la señorita Laura que es mejor jugar en grupo y respetar el espacio de los demás. Así todos se divierten sin problemas" - le recordó Tomás, con una sonrisa.

Mariana sintió que tenía que hacer algo. A la semana siguiente, durante la actividad de clases, todos comenzaron a notar que siempre que rompían alguna regla de convivencia, había un costo: el juego no era tan divertido, los demás se dispersaban y, lo que era peor, se armaban malentendidos.

Una tarde, tras un juego en el que había demasiados gritos, la señorita Laura decidió conversar sobre lo que había pasado.

"Chicos, ¿qué tal si nos sentamos todos y hablamos sobre cómo funcionó nuestra clase hoy? ¿Cómo se sintieron?" - propuso.

Mariana miró a su alrededor y se dio cuenta que varios compañeros estaban descontentos.

"No me gustó que no pudiéramos hablar en paz, porque todos gritaban" - dijo un niño del fondo.

"Sí, fue difícil escuchar y disfrutar el juego cuando cada uno hace lo que quiere" - opinó otra niña.

Mariana levantó la mano.

"Tal vez podríamos hacer un juego grupal donde todos tengan que participar y respetar turnos. Así nadie se siente mal" - sugirió.

La clase se iluminó. Todos comenzaron a aplaudir y a compartir ideas sobre cómo armar un juego donde todos pudieran divertirse sin caos.

La señorita Laura sonrió.

"Esa es una excelente idea, Mariana. ¡Veamos si podemos implementarla!"

A partir de ese día, Mariana no solo empezó a escuchar y respetar las reglas del salón, sino que se convirtió en una de las defensoras de estas. Se sentía bien al ver a sus compañeros felices jugando juntos y sintiéndose incluidos.

A fin de mes, se organizó una fiesta en el salón para celebrar lo bien que habían trabajado juntos. Con un gran mural lleno de dibujos sobre las reglas, donde cada niño había agregado su propio toque, la clase relegó el caos y avanzó hacia la alegría de ser un buen equipo.

Finalmente, Mariana aprendió que respetar las reglas no solo hacía que la clase fuera más tranquila, sino que también ayudaba a que todos se sintieran felices y parte de un mismo grupo. Como una gran familia que juega y aprende junta.

Así, Mariana se convirtió en un ejemplo para todos en su salón. Y siempre que empezaba el año, la señorita Laura podía contar con ella para dar la bienvenida a los nuevos con una sonrisa y una recomendación.

"Recuerden, ¡las reglas son para hacernos disfrutar todos juntos!" - decía Mariana, inspirando a sus compañeros a seguir un camino de diversión con armonía.

FIN.

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