Mariangel y el Valor de la Amistad
Era una vez, en un pequeño colegio de un pueblito encantador, una niña llamada Mariangel. Mariangel era conocida por ser muy observadora. Sin embargo, su particular atención a los detalles pronto la llevó a ser la ‘acusadora’ de su clase. Cada vez que veía a alguna compañera hacer algo que no le parecía bien, no dudaba en señalarlo.
Un día, durante el recreo, sus amigas estaban jugando a la rayuela. Mientras saltaban y reían, Flora, una de sus compañeras, pisó accidentalmente la línea.
"¡Flora, no podés pisar la línea! Eso no es justo, ¡es parte del juego!" - exclamó Mariangel, con los brazos cruzados y una mirada seria.
"Pero fue un accidente, Mari!" - respondió Flora, algo confundida.
"No importa, tenés que tener más cuidado" - insistió Mariangel, sin darse cuenta de que su comentario había arruinado el momento.
A partir de ese día, cada vez que Mariangel veía algo que pensaba que no estaba bien, lo señalaba. Desde los pequeños juegos hasta los dibujos en clase, su dedo acusador siempre estaba listo.
Un viernes, mientras preparaban una obra de teatro en la escuela, sus amigas decidieron ayudar a Ailín, que se había olvidado de traer su disfraz. Todas le trajeron algo del hogar: un sombrero viejo, una capa de una muñeca y un par de guantes de cocina.
"¡Eso no es justo!" - proclamó Mariangel "Ailín debería haber traído su disfraz, ¡así no se siente parte del grupo!"
Sus compañeras se miraron con decepción.
"Pero lo estamos haciendo para ayudarla, Mariangel. Eso es lo que hacen los amigos" - dijo Sofi, una de sus amigas más cercanas.
Sin embargo, Mariangel no entendía. Con el tiempo, sus compañeras empezaron a distanciarse de ella. Aunque su intención siempre fue ayudar, sus palabras criticonas comenzaron a alejarla.
Un día, la maestra decidió llevar a todos los niños de excursión a una granja. Todos estaban muy emocionados, pero en el camino, Mariangel comenzó a ver cómo algunas de sus compañeras se reían de un chiste que hizo Tomás, un compañero algo torpe.
"¡No se ríen de él! ¡Eso no es justo!" - gritó Mariangel, indignada.
La maestra, persona sabia, decidió intervenir.
"Mariangel, a veces es importante observar y escuchar. Pero también hay que aprender a entender y a tener compasión. La amistad se basa en el apoyo, no en juzgar a los demás" - dijo la maestra, mientras guiaba a los niños hacia una linda granja llena de animales.
Esto hizo reflexionar a Mariangel. Durante la excursión, observó cómo sus amigas compartían, reían y se ayudaban entre sí. Sin embargo, ella se sentía sola porque había puesto una barrera con sus acusaciones.
A la vuelta, Mariangel decidió que quería mostrarles a sus amigas que podía cambiar. Fue muy difícil, pero empezó a ver el lado positivo de las cosas. Ya no se fijaba tanto en lo que hacían los demás, sino en cómo podía ser parte del grupo.
Al siguiente recreo, cuando vio a Ailín jugando en un rincón con una pelota, en lugar de criticarla, en vez de dudar, se acercó con una gran sonrisa.
"¡Hola Ailín! ¿Quieres jugar conmigo?" - le preguntó Mariangel.
"¡Sí! ¡Claro!" - respondió Ailín, visiblemente emocionada.
A partir de ese día, Mariangel empezó a involucrarse más con sus amigas. Cuando notaba que algo no estaba bien, elegía preguntar en vez de acusar. Y poco a poco, las risas regresaron a su grupo.
Al final del año, todos estaban muy felices de haber crecido juntos, aprendiendo el valor de la amistad, el apoyo y la comprensión. Mariangel no solo se volvió una amiga más cariñosa, sino que encontró la alegría de ser parte de un grupo donde el apoyo mutuo era la norma.
Y así, Mariangel nunca dejó de observar, pero aprendió que lo más importante era no sólo ser testigo de las acciones de sus compañeras, sino también ser parte de la alegría y ser una buena amiga.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.