Mariel y la Lección de la Mano Lastimada



Había una vez en un pequeño barrio, una niña llamada Mariel. Tenía una sonrisa radiante y una energía inagotable. Siempre estaba llena de ideas y aventuras en su cabeza. Sin embargo, había algo que le gustaba más que nada: hacer lo que quería, sin escuchar a sus mayores.

Una tarde, Mariel decidió que quería trepar el gran árbol del parque. Su abuela, que estaba sentada en un banco observándola, le gritó:

"¡Mariel, ten cuidado! No subas tan alto, es peligroso."

Pero Mariel, muy confiada en sus habilidades, replicó:

"¡No te preocupes, abuela! Soy como una ardilla, ¡puedo hacerlo!"

Subió, subió y subió, hasta que llegó a la parte más alta. Desde allí, se sentía como una reina. Sin embargo, en un momento de distracción, perdió el equilibrio y, con un fuerte golpe, cayó al suelo.

"¡Ay!" gritó Mariel, mientras se llevaba las manos a la cara, asustada. Cuando se levantó, se dio cuenta de que no podía mover su mano.

"Abuela, me duele la mano. ¡Ayúdame!"

Su abuela corrió hasta ella y la tomó de la mano.

"Vámonos al médico, querida. Siempre debes escuchar los consejos de los mayores."

Mariel, con lágrimas en los ojos, asintió con la cabeza.

"Lo siento, abuela. No pensé que pudiera pasarme algo así."

Después de una corta visita al médico, Mariel descubrió que su mano estaba lastimada y tendría que usar una férula por unas semanas. Una verdadera lección que le dejó tiempo para reflexionar.

En casa, Mariel se sentía frustrada. Ya no podía jugar como antes. Pasaba horas mirando por la ventana mientras sus amigos corrían y jugaban en el parque. Su abuela, siempre atenta, la reconfortaba:

"Mariel, esto es solo un pequeño contratiempo. Pero recuerda, escuchar a los demás es importante."

Un día, mientras miraba a sus amigos jugar, notó que una de sus amigas, Sofía, parecía tener problemas con su bicicleta. Sofía estaba a punto de caerse porque había decidido no usar el casco. Mariel se acercó con su mano lastimada:

"¡Sofía! ¡Ponete el casco! Es peligroso andar sin él!"

Sofía la miró y, aunque dudó un momento, finalmente se lo puso.

"Tenés razón, Mariel. No quiero lastimarme como vos."

Al ver la decisión de su amiga, Mariel sintió algo especial en su corazón. Por primera vez, se dio cuenta de que su experiencia podía ayudar a otro.

"Estoy feliz de haber podido decirte. ¡Cuídate!"

Con el paso de los días, y con su mano mejorando, Mariel decidió que no solo escucharía a su abuela, sino que también se convertiría en una defensora de la seguridad con sus amigos. Dijo a todos:

"Escuchar a los mayores no es aburrido; es sabiduría. Nos cuidamos entre todos."

Así, cada vez que salía a jugar, les recordaba a sus amigos los consejos que había recibido. Gracias a su nueva actitud, Mariel se convirtió en una líder en su grupo, guiando a sus amigos con historias de sus experiencias y recordándoles la importancia de cuidar su seguridad.

"¡Hay tantas aventuras esperando, pero siempre debemos ser cuidadosos!"

Y así, Mariel aprendió que escuchar a quienes la rodean no solo la protegía a ella, sino que también ayudaba a sus amigos. Su mano volvió a sanar, pero lo que realmente sanó fue su manera de ser. Desde entonces, cada vez que escuchaba un consejo, lo hacía con atención, siempre recordando su lección más importante: la sabiduría de los mayores nunca debe subestimarse.

Y así, Mariel y sus amigos continuaron jugando, llenos de alegría, pero ahora con un poco más de cuidado y responsabilidad. Fin.

FIN.

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