Marina y la Aventura en el Parque



Era una hermosa tarde de primavera y Marina, como siempre, salió al parque con su mamá. El sol brillaba en el cielo y los árboles estaban llenos de hojas verdes.

- ¡Mamá, mira cuántos chicos hay hoy! - exclamó Marina, emocionada.

- Sí, parece que todos han venido a disfrutar del buen tiempo - respondió su mamá sonriendo.

Marina corrió hacia el tobogán. Hizo una fila corta y, con el corazón palpitando de alegría, subió los escalones. Cuando llegó a la cima, miró hacia abajo y vio a sus amigos.

- ¡Voy a tirar! - gritó, y se deslizó rápidamente, sintiendo la brisa en su cara.

Al llegar al final, sus amigos la aplaudieron.

- ¡Sos la mejor! - dijo Mateo, un niño de su clase.

- ¡Vamos de nuevo! - pidió Ana, ansiosa por también probarlo.

Después de varias vueltas en el tobogán, Marina decidió que era hora de jugar en el arenero.

- ¡Chicos, al arenero! - anunció Marina, y todos la siguieron.

Mientras jugaban, comenzaron a construir un gran castillo. Marina pensó en lo divertido que era crear algo juntos. Pero pronto, un fuerte viento empezó a soplar, y la arena voló por todos lados.

- ¡Cuidado! - gritó Mateo mientras se tapaba los ojos.

- ¡No! ¡Mi castillo! - lloró Ana, viendo cómo parte de su obra maestra se desmoronaba.

Marina sintió una punzada de tristeza al ver a sus amigos desanimados. Pero entonces, tuvo una idea.

- ¡Chicos, no hay que rendirse! - exclamó animada. - Podemos usar las cajas de madera que hay cerca para reforzar el castillo.

- ¡Sí! Eso es una buena idea - dijo Mateo, entusiasmado, y rápidamente fue a buscar las cajas.

No tardaron en volver a construir el castillo. Juntos, apilaron las cajas, formando torres y muros, y hasta decoraron el castillo con hojas y flores que encontraban por el parque. El viento seguía soplando, pero en lugar de rendirse, se ingeniaron para hacerlo aún más fuerte.

- ¡Miren lo que hemos creado! - gritó Marina, admirando su obra.

- ¡Es el castillo más increíble de todos! - dijo Ana, sonriendo ahora.

Los niños se llenaron de orgullo al ver su creación tan única. Justo en ese momento, una mamá que pasaba con su hija se detuvo a mirar.

- ¡Qué hermoso castillo, chicos! - les dijo. - ¿Puedo sacarles una foto?

- ¡Claro! - respondieron todos al unísono, posando con gran alegría. La mamá les tomó la foto y siguió su camino, dejando a los niños llenos de energía.

De repente, una idea brillante iluminó la mente de Marina.

- ¡Chicos! ¿Y si hacemos una competencia de castillos en el parque? - sugirió.

Todos se miraron asombrados. La idea les encantó. Así que se pusieron a correr por todo el parque, invitando a otros niños a unirse a la competencia.

El viento había comenzado a calmarse y poco a poco, más niños se unieron. Marina ayudó a cada grupo a construir sus castillos, y todos disfrutaron del momento.

Finalmente, al atardecer, el parque se llenó de hermosos castillos de arena, algunos tan grandes que parecían castillos de verdad. Se organizó una pequeña ceremonia para premiar el castillo más creativo, y todos aplaudieron a los ganadores.

- ¡Lo mejor de todo es que todos nos divertimos! - dijo Marina mientras abrazaba a sus amigos.

- ¡Sí! Aprendimos que siempre hay que seguir adelante, ¡aunque el viento sople fuerte! - añadió Ana, sonriendo.

Esa tarde, Marina no solo había construido un castillo de arena, sino que había aprendido el valor de la colaboración, la creatividad y la importancia de no rendirse. Con una sonrisa en el rostro y muchas historias que contar, Marina volvió a casa con su mamá, lista para nuevas aventuras en el parque.

FIN.

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