Mario y el Gol de la Perseverancia
Era una tarde soleada en Buenos Aires, cuando Mario, un chico de 13 años que adoraba el fútbol, se preparaba para el partido más importante de la semana. Tenía su camiseta puesta, las medias bien arriba y el balón descansando a sus pies en la puerta de su casa. Sin embargo, había un pequeño gran problema: Mario no era el mejor jugador del equipo.
La semana pasada, después de que el entrenador Sánchez sólo lo hubiera dejado jugar en el segundo tiempo, Mario había llegado a casa con el rostro caído. Sus padres lo esperaban en la cocina, listos para hacerle su plato favorito, pero notaron que algo no estaba bien.
"¿Qué te pasa, hijo?" - preguntó su mamá.
"Nada, solo que el entrenador nunca me deja jugar todo el partido. Estoy cansado de esforzarme y no ver resultados…" - respondió Mario con un suspiro profundo.
Su papá, un exfutbolista, se agachó a su altura y le dijo:
"Mario, a veces las cosas no salen como uno quiere. Pero si realmente amás el fútbol, tenés que trabajar duro. La práctica es fundamental."
"Pero si entreno, no me divierto!" - protestó Mario, cruzando los brazos.
Aún así, decidió hacer un esfuerzo y se presentó al entrenamiento. Pero en lugar de darle lo mejor de sí, Mario solo corría despacito y trataba de evitar las actividades que más le costaban. Con cada día que pasaba, su habilidad parecía estancarse.
Un día, mientras estaba en el banco esperando su turno para jugar, observó a su compañero Pablo, quien se esforzaba mucho y siempre se ofrecía para ayudar a los demás. Mario se sintió algo extraño al verlo: era feliz y parecía disfrutar cada momento en el campo. Cuando el entrenador lo llamó, Mario entró al juego, pero tras unos minutos, se dio cuenta de que solo estaba corriendo detrás del balón sin hacer jugadas.
"¡Mario! ¡Ponete las pilas!" - grito su entrenador.
La voz de Sánchez sonó monotona y lejana, y aunque quería jugar bien, el desánimo lo consumía. Tras el partido, que había terminado con una dura derrota, salió del campo y se encontró nuevamente con Pablo.
"Che, te vi un poco perdido. ¿Te gustaría que entrenemos juntos un poco?" - le dijo Pablo con una sonrisa.
"¿Yo? ¿Entrenar?" - respondió Mario, sorprendido.
"Claro que sí. Yo también empecé como vos. Si querés, te puedo ayudar. Juntos podemos hacer mejores jugadas."
Mario recordó lo que le habían dicho sus padres y decidió aceptar la propuesta. Empezaron a entrenar después de la escuela. Al principio, le resultaba pesado, pero cada vez que lograba realizar una buena jugada o meter un gol, la felicidad de haberlo conseguido le daba más energía.
Las semanas pasaron y su técnica comenzó a mejorar. A medida que practicaban, Pablo le enseñó algunos trucos y tácticas del juego que nunca le habían mostrado. Comenzó a entender el verdadero significado de ser parte de un equipo.
Llego el día del siguiente partido. Mario estaba nervioso, pero esta vez tenía confianza en sí mismo. El entrenador lo puso de titular, y al final del primer tiempo, Mario ya había marcado un gol. Las sonrisas de sus compañeros y la ovación de los padres lo hacían sentir en la cima del mundo. Al final del partido, donde ganaron, Mario supo que no solo había sido su esfuerzo, sino también el apoyo de sus amigos lo que le ayudó a triunfar.
"¡Ves, Mario! ¡Te dije que podías hacerlo! No basta solo con querer, hay que esforzarse y divertirse en el proceso!" - dijo Pablo, dándole un fuerte abrazo.
"Sí, tenés razón. Gracias por ayudarme, Pablo. Esto es mucho más divertido cuando uno se esfuerza." - respondió Mario, lleno de alegría.
Desde ese día, Mario no solo aprendió sobre el fútbol, sino también sobre la importancia del esfuerzo, el trabajo en equipo y cómo disfrutar del proceso. Se dio cuenta de que los sueños se cumplen con dedicación y perseverancia y que nunca es tarde para empezar a aprender y crecer, dentro y fuera del campo.
Y así, con su pasión renovada, Mario jugó muchos partidos más, siempre recordando que el verdadero gol era seguir intentándolo, disfrutar del juego y tener el apoyo de sus amigos y seres queridos.
FIN.