Mariposa y los Aritos Encantados
Había una vez una gata muy alegre llamada Mariposa. Ella era especial porque siempre llevaba un vestido colorido que hacían que todos en la plaza sonrieran al verla. Todos los días, Mariposa visitaba la plaza, donde jugaba con los niños, corría tras las mariposas y tomaba el sol en el banco. Pero un día, su vida dio un giro inesperado.
Ese día, mientras exploraba un rincón de la plaza, Mariposa encontró unos aritos brillantes en el suelo. Con curiosidad, se acercó y se los puso sin pensar. Pero lo que no sabía era que esos aritos estaban encantados.
- ¡Oh no! - gritó Mariposa al mirarse en un charco. De repente, su hermoso pelaje se volvió desaliñado y su expresión dulce se tornó en un gestito extraño. - ¿Qué ha pasado?
Asustada, se dio cuenta de que había sido víctima de un hechizo. Una voz misteriosa resonó en su mente:
- Para romper la maldición, deberás asustar a alguien.
Mariposa, triste y confundida, decidió intentar asustar a un grupo de niños que jugaban en la plaza.
- ¡Boo! - exclamó con todas sus fuerzas, intentando parecer aterradora.
Los niños se giraron y, en lugar de asustarse, comenzaron a reírse.
- ¡Mirá, es Mariposa! ¡Qué graciosa! - dijo uno de ellos.
Mariposa se sintió aún más triste. No podía creer que, en lugar de dar miedo, hacía reír a todos. Así que decidió seguir intentándolo. Fue a la casa de la abuela de uno de los niños. Hace tiempo que la abuela le había contado historias de gatos feroces.
- ¡Rrrr! - dijo, intentando sonar aterradora mientras se escondía detrás del arbusto.
La abuela salió con una sonrisa, sin asustarse en absoluto.
- Mariposa, querida, ya sé que estás ahí. Eres un encanto, pero no me asustas. - dijo la abuela con cariño.
Mariposa se sentó, frustrada. ¿Por qué no podía asustar a nadie?
De repente, recordó las historias de la abuela y cómo siempre contaba que la bondad era más poderosa que el miedo. Entonces, tuvo una idea.
- ¡Quizás no deba asustar a nadie! - reflexionó. - Tal vez, deba hacer lo contrario y usar mi travesura para ayudar.
Mariposa decidió que tenía que realizar una buena acción. Se dirigió a la plaza, donde vio un pequeño pajarito que no podía volar porque tenía una patita lastimada.
- ¡No te preocupes! - le dijo Mariposa al pajarito. - Te ayudaré.
Con mucho cuidado, con su pequeño vestido y su esmero, Mariposa llevó al pajarito a un lugar seguro. Juntos, encontraron hojas suaves y un poco de agua que el pajarito podía beber. Luego, le prometió a su nuevo amigo que siempre estaría a su lado.
Esa tarde, el pajarito recuperó fuerza y pudo volar un poco. Cuando se elevó en el aire, un resplandor mágico llenó la plaza. Mariposa sintió un cosquilleo, y al mirarse en el charco, vio que su apariencia había regresado a la normalidad.
- ¡Por fin! - exclamó, saltando de felicidad. - ¡He roto el hechizo!
Los niños la rodearon, impresionados por su bondad y bondad.
- ¡Mariposa es la mejor! - gritó uno de los niños. - Ella ayuda, no asusta.
Desde ese día, Mariposa siguió llevando su vestido y ayudando a los demás en la plaza. Y aunque tenía una pequeña historia que contar sobre los aritos encantados, se dio cuenta de que la belleza verdadera provenía de su corazón.
Entonces, siempre que alguien le preguntaba por su día, ella sonreía y decía:
- La verdadera magia está en hacer el bien. ¡A veces, el amor es más poderoso que el miedo!
FIN.