Marthita y los Sabios del Bosque
Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de un bosque espeso y misterioso, una niña llamada Marthita. Ella tenía una gran curiosidad y amaba explorar la naturaleza. Cada vez que podía, se adentraba en el bosque, observando las plantas, los árboles y, sobre todo, los animales que allí vivían.
Un día, mientras caminaba entre los árboles, Marthita escuchó un suave susurro. "¿Quién anda ahí?" preguntó, mirando a su alrededor. De repente, se apareció frente a ella un pequeño conejo con orejas largas y ojos brillantes.
"Hola, soy Conejito, ¿y vos quién sos?"
"Soy Marthita, ¡me encanta explorar el bosque!"
"Qué bueno. Hoy te invito a que me acompañes a un lugar muy especial donde aprendemos a escuchar y respetar a todos."
Intrigada, Marthita siguió a Conejito a través del bosque. Caminando, conoció a diferentes animales: una tortuga sabia, un pájaro cantador y un ciervo gentil, todos ellos eran parte de una comunidad que valoraba la escucha y el respeto.
Al llegar a un claro, Marthita vio a todos los animales reunidos y en círculo. Conejito la presentó:
"¡Amigos, esta es Marthita! Quiere aprender de nosotros."
La tortuga, con su voz pausada, comenzó a hablar:
"Cada uno de nosotros tiene algo valioso para aportar. A veces, solo necesitamos un poco de tiempo para escuchar las ideas de los demás."
Marthita asintió, pero en su mente surgió una pregunta:
"¿Pero cómo podemos asegurarnos de que todos se sientan escuchados? Algunas veces me da miedo opinar."
El pájaro, con su canto melodioso, respondió:
"Es natural sentir miedo. Pero una buena forma de comenzar es hacer preguntas. Así damos espacio a que otros compartan sus pensamientos."
Con entusiasmo, Marthita decidió practicar. Le preguntó a la tortuga:
"¿Cómo decidieron hacer su hogar en el árbol?"
"Nos llevó tiempo, cada uno opinó, y al escuchar todas las ideas, encontramos el mejor lugar juntos."
Pero no todo era tan simple. Mientras conversaban, llegó un zorro travieso llamado Zorrito, quien no tenía la intención de escuchar y sólo quería interrumpir.
"¡Bah! ¡A nadie le importa lo que piensen los demás! Lo único que importa es lo que yo diga."
Los animales se miraron preocupados, y Marthita sintió que debía intervenir. Sin embargo, recordaba lo que había aprendido.
"Zorrito, a veces puede ser bueno escuchar otras opiniones. ¿Te gustaría compartir la tuya y luego escuchar la de los demás?"
Zorrito se detuvo y se quedó en silencio, sorprendido por la intervención de Marthita. Luego, tras unos momentos pensativo, respondió:
"Supongo que podría intentar…"
Los animales se acercaron a Zorrito, abriendo un espacio a su alrededor. Él comenzó a hablar y, para su sorpresa, los demás escucharon atentamente. Al finalizar, el ciervo habló:
"Gracias por compartir, era interesante conocer tu punto de vista."
Zorrito, sintiéndose parte del grupo, se sonrojó un poco y dijo:
"Nunca pensé que pudiera ser bueno escuchar. Gracias por el consejo, Marthita."
Esa experiencia fue un giro inesperado para todos. De pronto, el espacio se llenó de charlas y risas, donde cada uno se sintió escuchado. Marthita se sintió muy orgullosa de haber podido contribuir.
El día llegó a su fin y Marthita sabía que había aprendido una valiosa lección sobre la importancia de escuchar y respetar a los demás.
"Gracias a todos, me voy con el corazón lleno. ¡Siempre recordaré lo que aprendí aquí!"
"Vuelve cuando quieras, Marthita. Te esperamos con muchas historias más, ¡y nuevas preguntas!"
Y así, con una gran sonrisa, Marthita regresó a casa, sabiendo que la próxima vez que explorara el bosque, llevaría consigo no solo su curiosidad, sino también una nueva habilidad: la de escuchar y compartir.
A partir de ese día, cada vez que Marthita se encontraba con alguien, recordaba las enseñanzas del bosque y se aseguraba de escuchar a quienes le rodeaban. Las exploraciones se volvieron más divertidas y significativas, porque cada voz era importante. Y, así, el pequeño gran secreto de la amistad floreció entre todos los habitantes del bosque.
FIN.