Martín y el Valor del Respeto



Martín era un niño que vivía en un colorido barrio donde todos los chicos y chicas jugaban juntos en el parque. Sin embargo, Martín tenía una forma un poco grosera de relacionarse con las niñas. Siempre les decía cosas fuera de lugar y se burlaba de ellas.

Un día, mientras jugaban al fútbol, Martín le gritó a Clara, una de las chicas que se quería unir al juego: -¡No, Clara! ¡Las chicas no saben jugar al fútbol!

Clara, herida, se alejó del grupo y se sentó en un banco. Martín, en lugar de disculparse, siguió jugando con sus amigos, riendo y bromeando.

Esa tarde, una tormenta repentina los sorprendió mientras jugaban. Todos los niños corrieron en busca de refugio, pero Martín se quedó afuera, desafiando la lluvia. -¡Estoy bien, no necesito cubrirme! -gritó mientras sus amigos se refugiaban bajo un árbol.

Justo en ese instante, un rayo iluminó el cielo y Martín se asustó. La tormenta era más feroz de lo que él pensaba.

Aunque era un niño valiente, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Miró hacia el árbol y vio que las niñas, Clai y Ana, se abrazaban del miedo. Martín sintió un extraño impulso en su interior; quería ayudarlas. Pero cuando corrió hacia ellas, tropezó y cayó al suelo.

Clara, que aún se sentía triste por lo que Martín le había dicho antes, lo miró desde su refugio y, sin pensarlo dos veces, bajó corriendo -¡Martín! ¡Ven! ¡No te quedes ahí!

Martín se levantó y, con la mirada llena de confusión y miedo, buscó a Clara. -¿Por qué me ayudas? -le preguntó.

-¡Porque todos necesitamos ayuda de vez en cuando! -respondió Clara, extendiendo su mano hacia él. -A veces, somos torpes o bruscos, pero eso no significa que no podamos ser amigos.

Martín, sintiéndose avergonzado pero agradecido, tomó su mano y corrió hacia el árbol junto a las chicas. A medida que la tormenta arreciaba, los cuatro chicos se apiñaron juntos, compartiendo el espacio pequeño y acogedor.

Mientras esperaban a que la lluvia disminuyera, Martín sintió que, al estar junto a las chicas, había algo divertido en aprender de ellas. -No sé jugar al fútbol tan bien como ustedes, pero quizás puedan enseñarme algún truco -dijo con un tono más amable.

Ana sonrió y le contestó: -¡Claro! Y nosotras también queremos aprender a jugar mejor. -A veces, solo necesitas un poco de práctica y respeto por los demás.

La tormenta pasó y el sol comenzó a brillar nuevamente. Entre risas, juegos y algunas caídas, Martín se dio cuenta de que las chicas podían ser sus compañeras de juego y no solo objetivo de su burla.

A medida que pasaban los días, el grupo se hizo más unido. Martín dejó de ser grosero y comenzó a valorar a sus amigas, aprendiendo a trabajar en equipo y a encontrar la diversión en lo que cada uno aportaba, sin importar si eran chicos o chicas.

Así, todos los días después de la escuela, Martín y sus amigos, sin importar el género, se reunían para jugar. Al final, Martín comprendió que el respeto y la amistad no tienen género, y que cada uno merece su lugar en el juego de la vida.

FIN.

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