Martín y la ventana rota
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, un niño llamado Martín. Martín era conocido por ser un travieso y siempre meterse en problemas.
Un día, mientras jugaba con sus amigos en el parque, accidentalmente rompió una ventana de la casa del señor González. Al darse cuenta de lo que había hecho, Martín sintió miedo y vergüenza. Sabía que había cometido un error grave y temía las consecuencias.
Sin embargo, en lugar de enfrentar la situación, decidió esconderse y no contarle a nadie lo que había sucedido. Los días pasaron y Martín se sentía cada vez más culpable por su acción.
No podía dormir pensando en cómo arreglar las cosas con el señor González. Finalmente, decidió hablar con su abuela Clara, una mujer sabia y amorosa que siempre lo escuchaba sin juzgarlo. "Abuela Clara, hice algo muy malo y no sé qué hacer", le confesó Martín entre sollozos.
Clara escuchó atentamente a su nieto y luego le dijo con ternura: "Martín, todos cometemos errores en la vida. Lo importante es reconocerlos y tratar de repararlos".
Con estas palabras resonando en su mente, Martín tomó coraje y fue a buscar al señor González para pedirle perdón por haber roto la ventana de su casa. Al principio el señor González estaba furioso, pero al ver la sinceridad en los ojos del niño, su corazón se ablandó. "Lo siento mucho, señor González.
Fue un accidente y estoy dispuesto a ayudarlo a reparar la ventana", dijo Martín humildemente. El señor González miró al niño con asombro y luego sonrió: "Está bien, Martín. Aprecio tu valentía al venir a disculparte.
Juntos podemos arreglar esta ventana". Así fue como Martín trabajó junto al señor González para reparar la ventana rota.
Durante ese tiempo, aprendió el valor del perdón propio hacia uno mismo cuando se comete un error y cómo es importante enfrentar las consecuencias de nuestras acciones. Al finalizar la reparación, el señor González le dio unas monedas a Martín como recompensa por su ayuda.
Pero lo más importante para el niño fue sentirse perdonado y saber que podía aprender de sus errores para ser una mejor persona en el futuro. Desde ese día en adelante, Martín dejó atrás su comportamiento travieso y se convirtió en un ejemplo para los demás niños del pueblo.
Aprendió que pedir perdón no solo significa admitir tus errores sino también estar dispuesto a cambiar y crecer como persona. Y así termina nuestra historia sobre El perdón de Dios hacia mi persona.
FIN.