Martina y el amigo fiel
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, donde vivía una niña llamada Martina junto a su abuelo Manuel.
Martina y su abuelo eran inseparables, pasaban horas juntos jugando, contándose historias y disfrutando de la naturaleza que los rodeaba. Un día, mientras estaban paseando por el parque del pueblo, el abuelo Manuel se sintió mal y tuvieron que llevarlo de urgencia al hospital.
A pesar de todos los esfuerzos de los médicos, el abuelo Manuel falleció esa misma noche. Martina estaba destrozada, no podía creer que su querido abuelo ya no estaría más con ella. Los días pasaron y Martina se sentía muy triste sin su abuelo.
No tenía ganas de hacer nada y extrañaba sus risas y consejos.
Una tarde, mientras miraba una foto de su abuelo, Martina recordó todas las enseñanzas que él le había dado a lo largo de los años: la importancia de ser amable con los demás, de ayudar a quienes lo necesitan y de nunca rendirse frente a las dificultades. Decidió entonces honrar la memoria de su abuelo Manuel siguiendo sus enseñanzas.
Comenzó a ayudar en un comedor comunitario del pueblo, donde compartía comida con personas necesitadas; también visitaba a los ancianos del hogar de jubilados para hacerles compañía y escuchar sus historias. Un día, mientras regresaba del hogar de jubilados, Martina se encontró con un perro callejero herido.
Sin dudarlo, lo llevó al veterinario y se encargó de cuidarlo hasta que estuvo completamente recuperado. El perro, al que decidió llamar —"Manuel" en honor a su abuelo, se convirtió en su fiel compañero.
"Abuelito Manuel estaría orgulloso de mí por ayudar a este perrito", pensaba Martina mientras acariciaba a su nuevo amigo animal. Con el tiempo, Martina descubrió que aunque su abuelo ya no estaba físicamente con ella, seguía vivo en su corazón a través de las enseñanzas y valores que le había transmitido.
Aprendió que el amor nunca muere realmente si mantenemos viva la memoria y el legado de quienes ya no están físicamente con nosotros.
Y así fue como Martina transformó su dolor en acción positiva, inspirando a otros con su bondad y generosidad. Y cada vez que miraba al cielo nocturno lleno de estrellas brillantes sabía que su querido abuelito Manuel estaba cuidándola desde arriba. Y colorín colorado este cuento ha terminado pero la historia continua...
FIN.