Martina y el legado ancestral



en los campos de Quintana, donde los vecinos se unían para ayudarse mutuamente en diferentes tareas agrícolas. En una pequeña casa del pueblo vivía Martina, una niña curiosa y llena de energía.

A Martina le encantaba aprender sobre las tradiciones y costumbres de su comunidad, así que cuando supo que iba a haber una minga para preparar mote, no pudo contener su emoción. "¡Mamá! ¡Mamá! ¿Puedo ir a la minga del mote? Por favor", exclamó Martina con entusiasmo.

Su madre sonrió y asintió. Sabía lo importante que era para Martina conocer sus raíces y valorar las tradiciones familiares. Así que juntas se dirigieron al campo donde se llevaría a cabo la minga.

Al llegar, el aroma del maíz cocido llenaba el aire. Había muchas personas reunidas alrededor de grandes ollas humeantes, todas trabajando en equipo para pelar el maíz y convertirlo en mote.

Martina se unió al grupo de niños que estaban jugando mientras esperaban su turno para ayudar. Entre risas y juegos, aprendieron sobre la importancia del trabajo en equipo y cómo cada tarea era fundamental para lograr un resultado exitoso.

Cuando llegó el momento de colaborar, Martina tomó con cuidado una mazorca caliente y comenzó a pelarla con destreza. Observaba atentamente a los adultos mientras ellos explicaban paso a paso cómo debían hacerlo correctamente. "Recuerda quitar todos los granos sin dejar ninguna cáscara", le recordó uno de los mayores.

Martina siguió las indicaciones y poco a poco fue adquiriendo habilidad en la tarea. Se sentía feliz de formar parte de algo tan importante para su comunidad. Después de varias horas, el mote estaba listo.

Todos se reunieron alrededor de una gran mesa para disfrutar del fruto de su trabajo. Había mote con leche, mote con azúcar y hasta mote salado con queso.

Martina probó un poco de cada uno y no pudo evitar sonreír al ver la satisfacción en los rostros de sus vecinos. El esfuerzo y la dedicación habían valido la pena. "¡Está delicioso!", exclamó Martina mientras saboreaba el mote dulce. La minga del mote dejó una huella profunda en el corazón de Martina.

Aprendió que cuando las personas se unen por un objetivo común, pueden lograr cosas maravillosas. Desde aquel día, Martina se convirtió en una defensora ferviente de las tradiciones familiares y comunitarias.

Compartía todo lo que había aprendido sobre el mote con sus amigos y vecinos, animándolos a valorar sus raíces y mantener vivas estas costumbres ancestrales.

Y así, gracias a Martina y a todos los niños que participaron en aquella minga del mote, esta tradición continuó vigente en Quintana por generaciones venideras. Cada vez que alguien saboreaba un bocado de ese platillo típico, recordaban la importancia del trabajo en equipo y el amor por su tierra.

FIN.

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