Martina y el regalo inesperado


Había una vez una niña llamada Martina, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de campos verdes y animales. Martina siempre había soñado con conocer la gran ciudad, llena de luces brillantes y edificios altos.

Un día, su abuela le anunció que iban a hacer un viaje juntas a la ciudad. Martina estaba emocionada y nerviosa al mismo tiempo. Nunca había estado en un lugar tan grande y diferente a su hogar.

Subieron al autobús temprano por la mañana y emprendieron el viaje hacia lo desconocido.

Al llegar a la ciudad, Martina se quedó maravillada con todo lo que veía a su alrededor: las calles llenas de gente apurada, los autos que pasaban rápidamente y los enormes edificios que parecían tocar el cielo. Su abuela le tomó la mano para no perderse entre tanta multitud. "¡Abuela, mirá esos edificios tan altos! ¡Y cuánta gente hay por todas partes!", exclamó Martina emocionada.

"Sí, querida, la ciudad es muy distinta a nuestro pueblo. Pero no te preocupes, yo estaré contigo en todo momento", respondió cariñosamente su abuela.

Caminaron juntas por las calles bulliciosas, probando comidas nuevas en puestos callejeros y viendo escaparates llenos de cosas brillantes. Martina estaba fascinada con cada descubrimiento que hacía en la ciudad. De repente, mientras caminaban por una plaza llena de palomas, vieron a un niño llorando desconsoladamente porque se le había caído su helado al suelo.

Martina sintió tristeza al verlo así y se acercó lentamente. "Hola ¿estás bien? No llores más", dijo Martina con voz amable. El niño levantó la mirada sorprendido al escucharla hablar. "Mi helado se cayó...

era mi favorito", sollozaba el niño entre lágrimas. Martina recordó entonces algo importante: tenía guardado un dulce de frutas que había traído del campo para disfrutar durante el viaje.

Sin dudarlo un segundo, sacó el dulce de su bolsillo y se lo ofreció al niño triste. "Tomá este dulce, espero que te haga sentir mejor", dijo Martina con una sonrisa cálida. El niño aceptó el regalo con gratitud y lentamente comenzó a sonreír gracias al gesto generoso de Martina.

La abuela orgullosa observaba desde lejos cómo su nieta demostraba tanto amor por los demás. Después de ese encuentro inesperado, Martina siguió explorando la ciudad junto a su abuela con ojos curiosos y corazón abierto.

Aprendió muchas cosas nuevas ese día: cómo funcionaba el metro subterráneo, qué era un museo lleno de obras de arte impresionantes e incluso probó sabores nunca antes imaginados en restaurantes exóticos.

Al final del día, cuando regresaban al pueblo en autobús tras haber vivido tantas experiencias increíbles juntas, Martina se sentía feliz pero también nostálgica por dejar atrás la gran ciudad donde había descubierto tanto sobre el mundo exterior y sobre sí misma. "Abuela ¿podemos volver algún día?", preguntó ansiosa.

"Claro que sí mi querida Martina; siempre serás bienvenida aquí", respondió cariñosamente su abuela mientras acariciaba tiernamente su cabello. Martina suspiró profundamente sintiendo paz en su corazón; sabía que aunque volviera a casa seguiría llevando consigo las enseñanzas aprendidas durante ese día inolvidable en la ciudad.

Y así fue como aquella valiente niña campesina descubrió que no importa cuán diferentes sean los lugares o las personas; siempre habrá bondad y amor para compartir dondequiera que vaya.

Desde entonces cada vez que cerraba los ojos podia revivir aquel dia especial junto asu Abuelita

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