Martina y la Cruz de los Milagros
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, una cruz muy especial conocida como la Cruz de los Milagros.
Se decía que aquella cruz tenía el poder de conceder deseos a aquellos que demostraran ser dignos de su magia. En este pueblo vivía Martina, una niña curiosa y valiente que siempre estaba en busca de aventuras.
Un día, escuchó hablar sobre la Cruz de los Milagros y decidió emprender un viaje para encontrarla y pedirle un deseo muy especial. Martina se adentró en el bosque encantado que rodeaba Villa Esperanza, enfrentando todo tipo de obstáculos y desafíos. Finalmente, después de días de búsqueda, llegó al claro donde se encontraba la misteriosa cruz.
Estaba tallada en madera antigua y brillaba con una luz dorada. Al acercarse, Martina escuchó una voz suave que le hablaba: "Para obtener tu deseo, deberás superar tres pruebas que pondrán a prueba tu valentía, bondad y sabiduría".
Sin dudarlo, Martina aceptó el reto y se dispuso a enfrentar las pruebas. La primera consistía en rescatar a un pajarito atrapado en lo alto de un árbol. Con ingenio y astucia, Martina construyó una escalera improvisada y logró salvar al pajarito.
La segunda prueba requería que ayudara a un anciano cansado a llegar a su hogar.
Martina lo cargó sobre sus hombros y lo llevó hasta la puerta de su casa, recibiendo así la bendición del anciano por su noble gesto. Finalmente, la tercera prueba consistió en resolver un acertijo complicado sobre el valor del amor verdadero. Martina reflexionó durante horas hasta dar con la respuesta correcta: el amor es dar sin esperar nada a cambio.
Al completar las tres pruebas con éxito, la Cruz de los Milagros comenzó a brillar intensamente y concedió a Martina su deseo más anhelado: traer felicidad eterna al pueblo entero. Desde ese día, Villa Esperanza floreció como nunca antes lo había hecho.
La gente vivía en armonía y alegría gracias al espíritu generoso e inspirador de Martina.
Y así fue como la historia de la Cruz de los Milagros se convirtió en leyenda, recordando siempre que los verdaderos milagros ocurren cuando abrimos nuestros corazones al bienestar común.
FIN.