Martina y la cueva del valor


En un pequeño pueblo rodeado de bosques frondosos, vivía Martina, una niña curiosa y valiente de 8 años. Un día, mientras exploraba el bosque cercano a su casa, descubrió una cueva oculta entre la maleza.

Intrigada, decidió entrar para ver qué había dentro. Al adentrarse en la oscuridad de la cueva, Martina escuchó un susurro escalofriante que parecía llamarla por su nombre.

A pesar del miedo que sentía, siguió avanzando hasta llegar a una sala iluminada por una tenue luz verde. En el centro de la sala, vio a una figura encapuchada que le tendía una caja de música antigua. Martina sintió un escalofrío recorrer su espalda y supo que algo no estaba bien.

Sin embargo, su curiosidad era más fuerte y decidió tomar la caja de música. Al abrir la tapa, comenzó a sonar una melodía melancólica que parecía hipnotizarla.

De repente, las paredes de la cueva empezaron a temblar y unas sombras siniestras se materializaron alrededor de Martina. Asustada, intentó salir corriendo pero se dio cuenta de que estaba atrapada en aquel lugar misterioso. "¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?", preguntó Martina con voz temblorosa.

La figura encapuchada se acercó lentamente y reveló su rostro pálido y ojos brillantes como dos luciérnagas en la noche. "Soy el guardián de esta cueva perdida.

Has despertado mi antiguo poder al abrir la caja de música prohibida", dijo con voz grave y resonante. Martina sintió un nudo en el estómago pero recordó las historias que su abuela solía contarle sobre cómo enfrentar los miedos más oscuros.

Con valentía, miró fijamente a los ojos del guardián y le dijo: "No tengo miedo de ti. Sé que puedo encontrar la salida si confío en mí misma". El guardián soltó una risa gutural y desapareció en una ráfaga de viento helado.

Las sombras se disiparon y Martina pudo ver claramente el camino hacia la salida. Con paso firme y determinación, salió corriendo de la cueva y se encontró nuevamente bajo el cálido sol del atardecer. Respirando profundamente, sintió un gran alivio al haber superado aquella prueba aterradora.

Desde ese día, Martina comprendió que los miedos pueden ser vencidos si uno cree en sí mismo y nunca pierde la esperanza. Y así, con esa lección aprendida, regresó a casa lista para enfrentar cualquier desafío que el futuro le tuviera preparado.

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