Martina y los guardianes del bosque


Había una vez en un pequeño pueblo en las afueras de la ciudad, una niña llamada Martina. Martina era curiosa, valiente y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás.

Un día, mientras paseaba por el bosque cerca de su casa, escuchó un ruido extraño que venía de un árbol cercano. - ¿Qué será ese ruido? - se preguntó Martina con curiosidad. Se acercó al árbol y descubrió que había un pajarito atrapado entre las ramas.

El pajarito parecía asustado y no podía volar. - ¡Oh, pobrecito! No te preocupes, yo te ayudaré - dijo Martina con ternura. Con mucho cuidado, Martina liberó al pajarito y lo sostuvo suavemente en sus manos.

El pajarito la miró con agradecimiento y luego levantó vuelo hacia el cielo azul. - ¡Gracias Martina! - trinó el pajarito antes de desaparecer entre las nubes. Martina sonrió feliz por haber podido ayudar al pequeño amigo alado.

Siguió caminando por el bosque hasta llegar a un arroyo donde vio a una familia de patitos tratando de cruzar al otro lado sin mojarse. - ¡Esperen! ¡Yo les ayudaré! - exclamó Martina corriendo hacia ellos.

Con paciencia y cuidado, Martina guió a los patitos uno por uno hasta que pudieron reunirse con su mamá en la orilla opuesta. - ¡Muchas gracias, Martina! ¡Eres muy amable! - graznaron los patitos antes de alejarse nadando.

Martina se sentía contenta de poder hacer felices a los animales del bosque con su ayuda desinteresada. Mientras regresaba a casa, escuchó unos llantos provenientes de detrás de unos arbustos. Al acercarse, descubrió a un cachorrito abandonado que temblaba de frío y miedo.

- ¿Cómo pudieron dejarte solo aquí? No te preocupes lindo cachorrito, yo me encargaré de ti - le dijo Martina mientras lo abrazaba con cariño. Decidió llevarlo consigo a casa para darle comida, agua y calor.

El cachorrito pronto dejó de temblar y empezó a mover la cola felizmente mientras lamía la mano de su nueva amiga. Desde ese día, el cachorrito se convirtió en el fiel compañero de aventuras de Martina.

Juntos recorrían el bosque ayudando a quienes lo necesitaban: desde insectos atrapados en telarañas hasta ardillas perdidas en laberintos de ramas. Siempre estaban listos para tender una mano (o una pata) a quien lo requería.

Y así fue como Martina aprendió que no importa cuán pequeños seamos o cuánto miedo tengamos; siempre podemos marcar la diferencia si estamos dispuestos a ayudar con amor y bondad en nuestros corazones.

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