Mateo el Dinosaurio que Tomaba Helado Feliz



Érase una vez en un mundo lleno de colores y aventuras, un dinosaurio llamado Mateo. Mateo era un diplodocus especial. A diferencia de otros dinosaurios de su tamaño, a él le encantaba hacer algo peculiar: ¡tomar helados!

Cada tarde, después de recorrer los verdes valles y jugar con sus amigos en el mágico Bosque de las Delicias, Mateo visitaba la heladería del pueblo, donde la señora Gula servía los helados más deliciosos de toda DinoLandia. La heladería siempre estaba llena de risas, y el dulce aroma de los sabores alegres llenaba el aire.

Un día, mientras mates y risas se compartían en la heladería, el pequeño Tico, un velociraptor travieso, entró con una expresión preocupada.

"¡Mateo, Mateo! ¡No vas a creer lo que pasó!" - gritó Tico, agitado.

"¿Qué sucede, Tico?" - preguntó Mateo, mirando con curiosidad.

"Los helados de la señora Gula se están derritiendo, y nadie sabe cómo salvarlos. Los niños están muy tristes porque no pueden disfrutar de sus sabores favoritos." - dijo Tico, casi a punto de llorar.

Mateo se puso pensativo. Era cierto que en los últimos días el sol había estado muy fuerte, y los helados debían estar en problemas. Entonces tuvo una idea brillante.

"¡Tico, tenemos que ayudar! Vamos a organizar un evento para que todos los habitantes de DinoLandia vengan a disfrutar helados y así salvar a la heladería de la señora Gula!" - exclamó Mateo.

Tico aplaudió entusiasmado.

"¡Síp! Pero, ¿cómo hacemos para que todos vengan?" - preguntó Tico, algo inseguro.

"Podemos hacer carteles y pedirle a los demás que nos ayuden a invitar a todos, desde el más pequeño hasta el más grande. ¡La heladería será el lugar más feliz de DinoLandia!" - sugirió Mateo con una gran sonrisa.

Así que Mateo y Tico se pusieron manos a la obra. Cortaron hojas grandes de papel y pintaron todo tipo de dibujos coloridos. También hicieron algunos helados de juguete para que todos supieran lo que estaba en juego. Mientras tanto, otros amigos como Lía la triceratops y Rolo el iguanodon se unieron al equipo, cada uno con ideas brillantes.

El gran día llegó. Todos los dinosaurios del pueblo se juntaron en la heladería de la señora Gula, que lucía más feliz que nunca al ver a tanto amigo querido. Había juegos, música y, por supuesto, muchos helados, que estaban siendo cuidadosamente servidos para que no se derritieran.

Sin embargo, algo inesperado sucede. Durante las celebraciones, un gran y temido tiranosaurio llamado Rocky apareció. Todos se paralizaron al verlo, pues sabían que a Rocky no le gustaba compartir, y mucho menos los helados.

"¿Qué están haciendo aquí? Este lugar ya es mío y no deberían estar disfrutando de mis helados." - rugió Rocky con voz amenazante.

Mateo se plantó frente a todos, respirando hondo.

"¡No, Rocky! Los helados son para compartir, y aquí hacemos amigos, no enemigos. ¿Por qué no te unes a nosotros?" - dijo Mateo, con su voz suave y firme.

Los otros dinosaurios temían que Rocky se enojara aún más, pero para sorpresa de todos, Rocky se detuvo y reflexionó.

"Hmm, no sabía que podía haber tanta diversión aquí…" - murmuró Rocky, un poco más suave. "Tal vez sí podría probar uno de esos helados…" - agregó mirando los coloridos helados.

Mateo, sonriendo, tomó un helado y se lo ofreció a Rocky.

"¿Qué te parece el de chocolate? Es el favorito de muchos. Y si lo pruebas, ¡podrías ser nuestro amigo!" - dijo.

Rocky, un poco avergonzado, aceptó el helado. Al probarlo, su rostro se iluminó con una sonrisa.

"¡Es el mejor helado que he probado!" - dijo sorprendiendo a todos. "No sabía que compartir podía ser tan divertido. Tal vez podría quedarme…" - agregó mientras se divertía con los demás.

Así, ese día en la heladería, además de salvar los helados, Mateo y sus amigos formaron una nueva amistad y aprendieron que siempre es mejor compartir y disfrutar juntos. Desde esa tarde, Rocky se unió al grupo, y cada vez que había helados, estaba ahí para deleitarse con todo DinoLandia.

Y así, el pequeño Mateo el dinosaurio no solo ayudó a salvar la heladería, sino que también enseñó una valiosa lección sobre la amistad y el poder de compartir, que nunca olvidarían.

¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

FIN.

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