Mateo, el Niño Más Especial del Mundo



Había una vez un niño llamado Mateo, que desde el momento en que nació, todos sabían que era el niño más especial del mundo. Mateo tenía una luz dentro de él que hacía que todo lo que tocara brillara, y aunque era diferente a los demás, eso no lo hacía menos especial. En su pequeño pueblo, las flores florecían más brillantes y las sonrisas se sentían más cálidas cuando Mateo estaba cerca.

Un día, mientras jugaba en el parque, Mateo notó que sus amigos, Tomás y Valentina, estaban sentados en una esquina, tristes y preocupados. Se acercó a ellos.

- ¿Qué les pasa? - preguntó con curiosidad.

- No podemos jugar en la pista de patinaje, - respondió Tomás con una mueca - porque no tenemos suficientes patines.

Mateo, al ver la tristeza en sus rostros, sintió un destello de luz en su corazón.

- ¡Podemos improvisar! - exclamó. - ¿Por qué no hacemos una carrera de obstáculos en el parque?

Valentina se iluminó. - ¡Esa es una idea genial!

Mateo, con su entusiasmo, ayudó a juntar cajas, conos y cuerdas. En poco tiempo, habían creado una pista de obstáculos que todos podían disfrutar. Todos los niños del barrio se unieron a la diversión, y la risa resonó en el aire. La luz de Mateo hizo que el juego fuera aún más especial.

Sin embargo, mientras todos jugaban, un nuevo niño llamado Milo llegó al parque. Tenía una mirada triste, y se quedó de pie sin unirse a la diversión. Mateo lo notó de inmediato.

- ¡Hola! - le dijo Mateo acercándose. - ¿Por qué no te vienes a jugar con nosotros?

Milo, tímido, respondió: - No sé patinar.

Mateo sonrió. - No importa, ¡ven a jugar con nosotros en la pista de obstáculos! Todos son bienvenidos aquí.

Milo, después de pensarlo un momento, decidió unirse. Poco a poco, se dio cuenta de que podía hacer las cosas a su manera. Disfrutó saltando y riendo, aunque no sabía patinar.

Después de un tiempo, todos se dieron cuenta de que Milo tenía un talento especial: ¡era muy bueno construyendo cosas!

- ¡Miren lo que hizo! - exclamó Valentina mostrando una torre hecha de cajas.

Mateo, asombrado, miró a Milo. - ¡Eso es increíble! - dijo entusiasmado. - Podríamos hacer un concurso de construcción, ¿qué les parece?

Todos aplaudieron, y pronto el parque se llenó de risas y creatividad mientras los niños ayudaban a Milo a construir su torre.

Pero, mientras todos disfrutaban, algo inesperado ocurrió: un fuerte viento comenzó a soplar, amenazando con derribar la torre.

- ¡Rápido! - gritó Mateo. - ¡Agárrenla!

Los niños, en un acto de equipo, se juntaron y formaron un círculo alrededor de la torre.

- ¡Juntos podemos hacerlo! - animó Mateo.

La unión de todos hizo que la torre resistiera, y cuando el viento finalmente se calmó, todos se abrazaron. Milo sonrió con gratitud.

- Gracias por ayudarme, nunca hubiera podido sin ustedes.

- Todos juntos somos más fuertes, - dijo Mateo. - Y todos somos especiales a nuestra manera.

Desde ese día, Mateo, Milo, Valentina y Tomás formaron un grupo inseparable. Juntos aprendieron a valorar la luz que cada uno tenía y celebraron sus diferencias como parte de lo que los hacía únicos. Y así, el niño más especial del mundo no solo iluminó a los demás, sino que también descubrió que la verdadera magia estaba en la amistad y el trabajo en equipo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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