Mateo y el fútbol sin límites
Había una vez un niño llamado Mateo, que tenía 8 años y era apasionado por el fútbol. Todos los días, después de la escuela, se reunía con sus amigos en el parque para jugar un partido.
Mateo siempre llevaba puesta su polera roja favorita, porque decía que le traía suerte. Un día soleado, mientras jugaban un emocionante partido, llegó el momento clave.
El balón estaba en los pies de Mateo y sin pensarlo dos veces, disparó a portería con todas sus fuerzas. ¡Gol! La pelota entró por el ángulo superior derecho y todos los presentes estallaron en aplausos y gritos de alegría. "¡Increíble gol, Mateo!" -exclamó Lucas. "¡Eres todo un crack!" -dijo Martín emocionado.
"¡Lo lograste! ¡Eres nuestro héroe!" -agregó Sofía con una sonrisa enorme. Mateo no podía creerlo; nunca antes había marcado un gol tan espectacular. Se sentía como si hubiera tocado las estrellas con su pie.
Desde ese día, cada vez que jugaban al fútbol todos esperaban ansiosos ver qué nueva hazaña lograría realizar Mateo. Sin embargo, algo extraño comenzó a suceder en los siguientes partidos.
Aunque Mateo intentaba dar lo mejor de sí mismo como siempre lo hacía, no conseguía marcar ningún gol más. Los tiros salían desviados o eran atajados por el portero rival. Mateo se sintió desanimado y comenzó a perder la confianza en sí mismo.
Pensaba que tal vez había sido solo suerte aquel gol que había marcado. Sus amigos trataban de animarlo, pero Mateo se sentía muy frustrado. Un día, mientras caminaba por el parque pensativo, encontró a un anciano sentado en un banco.
El hombre lo miró con una sonrisa amable y le dijo:"Hola, pequeño. ¿Qué te preocupa tanto?""Hola señor. Me llamo Mateo y estoy triste porque no puedo marcar más goles como aquel que hice hace tiempo", respondió él con tristeza.
"Ah, entiendo tu preocupación. Pero déjame decirte algo importante: la verdadera magia del fútbol no está solo en los goles que marques, sino en la pasión y el esfuerzo que pones en cada partido".
Mateo quedó pensativo ante las palabras del anciano y decidió ponerlas en práctica. Comenzó a entrenar más duro que nunca, practicando sus tiros al arco una y otra vez. Además, aprendió a disfrutar del juego sin importar si ganaba o perdía.
El siguiente partido llegó y todos estaban ansiosos por ver cómo se desempeñaría Mateo. Durante el encuentro, realizó jugadas increíbles; asistencias precisas, regates sorprendentes y salvadas espectaculares. Al final del partido, aunque no había marcado ningún gol nuevamente, todos sus amigos lo abrazaron emocionados.
"¡Eres un genio del fútbol!" -exclamó Lucas. "¡Nunca vi a alguien jugar tan bien como tú!" -dijo Martín impresionado. "¡Eres nuestro ídolo!" -agregó Sofía con una sonrisa enorme.
Mateo comprendió que no era necesario marcar goles para ser un buen jugador. Lo importante era disfrutar del juego, trabajar en equipo y nunca rendirse. Desde ese día, Mateo siguió jugando al fútbol con pasión y alegría, sin importar si marcaba goles o no.
Y así, se convirtió en un verdadero ejemplo para todos los niños del barrio. Y colorín colorado, esta historia de amor por el fútbol ha terminado.
FIN.