Mateo y el Libro de los Hechizos



Era un día soleado y Mateo, un chico curioso de diez años, salió de la escuela con una sonrisa. Dirigiéndose a su rincón favorito en el parque, una pequeña zona cubierta de árboles y flores, encontró algo inusual entre las hojas. Era un libro antiguo y polvoriento con una tapa de cuero desgastada.

"¿Qué será esto?" - murmuró Mateo mientras lo recogía.

Al abrir el libro, vio que estaba lleno de extraños dibujos y palabras en un idioma desconocido. En la primera página, había una nota que decía: "Este libro contiene secretos que solo los valientes pueden descubrir". Mateo, emocionado, decidió que quería aprender y ver si podía hacer magia.

Ese mismo día, practicó en secreto en su rincón favorito, repitiendo palabras en voz alta y moviendo sus manos de manera extraña. Con cada intento, algo mágico empezó a suceder.

"¡Poder sutil, ven a mí!" - gritó Mateo, y una suave brisa rodeó su cuerpo, haciendo que las hojas de los árboles danzaran. "¡Increíble!" - exclamó, sintiéndose como un verdadero mago.

Pero no todo fue fácil. Un día, mientras intentaba un hechizo complicado, hizo que un grupo de ardillas empezara a hablar.

"¡Mateo! ¿Por qué nos hiciste esto?" - dijo una ardilla un poco más grande que las demás.

"¡Oh no! No quería que hablen, solo quería hacer magia..." - respondió asustado Mateo. Las ardillas comenzaron a reírse y a jugar entre ellas, lo que hizo que Mateo se diera cuenta de que había cosas que no podía controlar.

Fue entonces cuando escuchó una risa suave proveniente de detrás de un árbol. Salió una niña, con largos cabellos rizados y una mirada encantadora.

"Hola, soy Luna. También tengo un libro de hechizos. ¿Puedo ayudarte?" - ofreció ella.

Intrigado, Mateo asintió. Luna le mostró un hechizo simple que podía ayudar a entender mejor la magia. Juntos, comenzaron a practicar y pronto se volvieron amigos.

Un día, mientras practicaban, una sombra oscura se acercó a ellos. Era un chico llamado Tomás, que también tenía poderes, pero sus intenciones no eran tan buenas.

"¿Qué hacen ustedes aquí? La magia es solo para los fuertes", dijo Tomás con una sonrisa burlona.

"La magia es para compartir y hacer el bien, no para pelear" - afirmó Luna.

"¡Tendrán que enfrentarme si quieren seguir practicando!" - retó Tomás, mostrándoles sus poderes.

Mateo, Luna y sus nuevos amigos se unieron para enfrentarlo.

"¡No dejaremos que la magia se use para hacer daño!" - gritó Mateo, llenándose de valor.

Con el trabajo en equipo y un par de trucos que habían aprendido, lograron neutralizar a Tomás, quien al verse superado, se dio cuenta de que la verdadera fuerza de la magia estaba en la unión y la amistad.

"Está bien, me rindo. Tal vez debería aprender de ustedes..." - dijo Tomás, acercándose con humildad.

Con el tiempo, Tomás se unió al grupo, y juntos organizaban sesiones de magia en su rincón. Aprendían unos de otros y se ayudaban a crecer.

Mateo se dio cuenta de que aprendiendo y compartiendo, la magia no solo los hacía especiales, sino también amigos. Así, el rincón del parque se convirtió en un lugar de encuentro para aquellos que deseaban explorar la magia con bondad y alegría.

Y así, cada vez que Mateo salía de la escuela, no solo iba a practicar trucos de magia, sino a construir un espacio lleno de risas, amistad y, por supuesto, un poco de magia.

FIN.

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