Mateo y el zorro que enseñaron a amar


Había una vez un pequeño niño llamado Mateo, que poseía características muy especiales. A diferencia de los demás niños, tenía orejas puntiagudas y una cola larga y peluda.

Además, podía correr a gran velocidad y tenía la habilidad de trepar árboles como si fuera un mono. Mateo vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas, donde todos los habitantes eran humanos.

Desde que era muy pequeño, Mateo había sentido la necesidad de encajar en el mundo humano, pero siempre se encontraba con prejuicios y miradas extrañas. Un día, mientras jugaba en el bosque cercano al pueblo, Mateo escuchó unos sollozos provenientes detrás de un arbusto.

Se acercó sigilosamente y descubrió a una cría de zorro atrapada entre las ramas del arbusto. "No te preocupes", dijo Mateo amablemente al zorrito. "Voy a ayudarte". Con su agilidad felina, Mateo trepó rápidamente al árbol más cercano y desató al zorro con cuidado.

El animalito lo miró agradecido y se alejó corriendo hacia el bosque. A partir de ese día, el zorro se convirtió en el mejor amigo de Mateo. Juntos exploraban el bosque e inventaban juegos divertidos.

El zorro le enseñaba cómo moverse sigilosamente entre los árboles y cómo cazar insectos para alimentarse. Un día soleado, mientras caminaban por el pueblo juntos, varios niños se detuvieron a observarlos con curiosidad y empezaron a reírse señalando a Mateo.

"¡Miren, es un monstruo!", gritó uno de los niños. Mateo sintió un nudo en la garganta y sus orejas puntiagudas se agacharon tristemente. Pero el zorro no se dejó intimidar y saltó al frente para proteger a su amigo. "No somos monstruos", dijo valientemente el zorro.

"Solo somos diferentes, pero eso no nos hace menos valiosos". Los niños quedaron sorprendidos por las palabras del zorro y comenzaron a reflexionar sobre lo que habían dicho.

Poco a poco, fueron acercándose y preguntando curiosamente sobre las habilidades de Mateo. A medida que pasaba el tiempo, Mateo fue demostrando su amabilidad y bondad hacia todos los habitantes del pueblo.

Ayudaba a los ancianos con sus tareas diarias, jugaba con los niños más pequeños e incluso salvó a un gato atrapado en un árbol. La noticia de las buenas acciones de Mateo se extendió rápidamente por todo el pueblo y pronto todos reconocieron su valor único.

Los prejuicios comenzaron a desvanecerse y la gente aprendió a aceptarlo tal como era. Con el tiempo, Mateo se convirtió en una inspiración para todos.

Su determinación para congeniar con el mundo humano sin importar sus diferencias enseñó una gran lección: que la verdadera belleza radica en ser auténtico y amable con los demás. Y así, Mateo vivió felizmente rodeado de amigos que lo querían tal como era, demostrando al mundo que no hay barreras insuperables cuando se tiene amor propio y confianza en uno mismo.

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