Mateo y la Magia de la Amistad
En un pequeño pueblo llamado Esquel, vivía un niño de ocho años llamado Mateo. Sin embargo, Mateo no era un niño cualquiera; era un miñón, un pequeño ser de color amarillo brillante, con ojos enormes y una sonrisa que podía iluminar hasta el día más gris. A Mateo le encantaba jugar, explorar y sobre todo, hacer amigos. Pero había algo que le preocupaba: era más pequeñito que los demás niños de su edad, y eso a veces lo hacía sentir diferente.
Cada día, después de la escuela, Mateo iba al parque con la esperanza de encontrar nuevos amigos. Sin embargo, había algo que le resultaba difícil.
"¡Hola! ¿Quieren jugar al fútbol conmigo?" - preguntó Mateo un día.
Pero los demás niños lo miraron y dijeron:
"No, gracias. Preferimos jugar con los que son más grandes."
Mateo sintió un nudo en la garganta. "¿Por qué no puedo ser más grande?", pensaba. Pero no quería rendirse. Sabía que era amigable y divertido, así que decidió intentar de nuevo.
Un día, mientras caminaba por el parque, se encontró con una niña nueva llamada Lucia. Tenía el cabello rizado y un brillo especial en sus ojos.
"Hola, soy Mateo. ¿Quieres jugar conmigo?" - le preguntó emocionado.
"Claro, ¡me encantaría!" - respondió Lucia sin dudarlo.
Ambos comenzaron a jugar a las escondidas, riéndose y divirtiéndose como si se conocieran de toda la vida. Durante la tarde, comenzaron a platicar sobre sus cosas favoritas. A Mateo le encantaban las aventuras, las sorpresas e inventar historias. Lucia también tenía mucha imaginación, y juntos comenzaron a contar cuentos sobre un mundo mágico donde todos podían ser lo que querían.
Sin embargo, mientras jugaban, un grupo de niños más grandes se acercó a ellos y los miró con desdén.
"¿Eso es lo mejor que pueden hacer?" - se rieron los otros niños.
Mateo sentía que el mundo se le venía abajo. Pero Lucia se mantuvo firme y les dijo:
"Jugar y reír es lo que importa. No necesitamos ser más grandes para disfrutar de esto."
Los otros niños se quedaron sorprendidos ante la valentía de Lucia. Mateo, sintiéndose un poco más fuerte, dijo:
"¡Sí! La diversión no se mide en tamaño. Lo que importa son los amigos y las risas."
Esa fue una revelación importante. Los niños más grandes, viendo la unión y alegría de Mateo y Lucia, comenzaron a observarlos.
"Quizás deberíamos intentarlo también. ¿Pueden enseñarnos a jugar?" - preguntó uno de ellos.
Mateo, oscileando entre la sorpresa y la alegría, sonrió y dijo:
"¡Claro! Vamos a jugar juntos."
Y así, de la mano de su nueva amiga, Mateo experimentó algo que nunca había sentido antes: la magia de la amistad. No importaba que fuera un miñón más pequeño; lo que realmente contaba era su corazón y su deseo de conectar con los demás.
Mientras jugaban, Mateo se dio cuenta de que la diversión estaba en compartir momentos y que los amigos podían venir en diferentes formas y tamaños. Al final del día, los niños que al principio se habían reído de ellos terminaron riéndose y jugando juntos.
Desde entonces, Mateo ya no se preocupó tanto por su tamaño, porque había aprendido que la verdadera amistad no depende de cuán grande o pequeño seas, sino de la alegría que compartís con los demás.
Esa tarde, en el parque de Esquel, un grupo de nuevos amigos se formó, donde todos se aceptaban tal como eran, y las risas resonaban como música en la brisa.
FIN.