Mathew y la Lección de la Amistad



Había una vez un niño llamado Mathew que vivía en un pequeño barrio de Buenos Aires. Mathew era conocido por ser muy, pero muy engreído. Siempre se jactaba de sus habilidades deportivas y de su gran colección de juguetes. A menudo decía: "Yo soy el mejor en todo, nadie puede ganarme en el fútbol ni en los videojuegos." -

Un día en la escuela, Mathew decidió organizar un torneo de fútbol. Invitó a todos sus compañeros y les aseguró que nadie podría vencerlo. "El ganador se llevará mi videojuego favorito", dijo con una sonrisa arrogante. Todos sus amigos se miraron incómodos, pero, en lugar de desanimarse, decidieron que era hora de enseñarle una lección.

El día del torneo llegó y Mathew se sentía muy seguro de sí mismo. "Voy a ganar sin ningún problema", se repetía. Pero sus compañeros de clase, en lugar de pensar en cómo perder, idearon un plan.

Mientras Mathew se preparaba para el partido, sus amigos decidieron unirse para formar un equipo y prepararse en secreto, practicando pases y tácticas mientras Mathew se creía el rey del fútbol. "No puedo esperar a ver la cara de Mathew cuando pierda", susurró Lucía, una de sus compañeras más cercanas.

Cuando comenzó el torneo, Mathew salió al campo lleno de confianza y empezó a anotar goles uno tras otro. "¡Soy increíble! ¡Miren cómo juego!", gritaba mientras celebraba cada punto. Sin embargo, al final del primer tiempo, sus compañeros se reunieron y decidieron que era momento de actuar.

En el segundo tiempo, todo cambió. Su equipo comenzó a jugar de manera increíble, combinando sus habilidades y trabajando juntos. Comenzaron a marcar goles, y la ventaja de Mathew se desvanecía rápidamente. "¡No puede ser! ¿Qué les pasó?", exclamó Mathew, confundido y preocupado.

A medida que el juego avanzaba, Mathew comenzó a sentir la presión. Durante una jugada, se resbaló y cayó. En vez de reírse de él, sus compañeros corrieron a ayudarlo. "¿Estás bien, Mathew?", preguntó Manuel. Mathew, sorprendido por la amabilidad de sus amigos, murmuró: "Sí, estoy bien... Gracias".

Al final del partido, el equipo de Mathew perdió, y todos comenzaron a celebrar su victoria. Sin embargo, Mathew se sentía algo triste y avergonzado. Pasó un rato en silencio, hasta que Lucía se acercó. "Mathew, hay algo que queremos decirte. Nos gustaría que entendieras que el fútbol es un juego de equipo y no solo se trata de ganar o perder. Todos tenemos talentos, y ser más humilde y reconocer el esfuerzo de los demás es importante", explicó con sinceridad.

Mathew se quedó pensativo. No había considerado cómo se sentían sus compañeros al ser menospreciados. "Tienen razón, fui muy arrogante. No debería haberme creído mejor que ustedes", admitió.

Para sorpresa de todos, decidió que quería aprender y mejorar. Así que se unió al equipo de sus compañeros para practicar juntos y, por primera vez, se divirtió sin preocuparse solo por ganar. Empezó a hacer más amigos y aprendió a compartir tanto sus triunfos como sus fracasos.

Desde entonces, Mathew se convirtió en un niño más humilde y amable. Ya no solo se jactaba de sus logros, sino que apoyaba a los demás y celebraba sus éxitos. Sus compañeros se dieron cuenta de que detrás de su arrogancia había un niño que solo necesitaba aprender sobre la importancia de la amistad y la humildad.

Y así, Mathew y sus amigos pasaron a ser un gran equipo, tanto en el fútbol como en la vida. Juntos, se desafiaban y se apoyaban, demostrando que lo más importante no es ganar, sino jugar y divertirse juntos.

El torneo de fútbol se volvió una tradición, pero esta vez Mathew se aseguraba de ser un líder humilde y generoso, siempre recordando la lección que había aprendido con sus amigos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!