Matías Ignacio y los duendes traviesos



Había una vez un niño llamado Matías Ignacio, quien vivía en una pequeña casa en el bosque rodeado de árboles y flores.

A él le encantaba explorar y descubrir cosas nuevas cada día, pero lo que más le gustaba era jugar con los gatos que vivían en el bosque. Un día, mientras jugaba con sus amigos felinos, se encontró con unos duendes traviesos que se burlaban de los gatos y hacían travesuras por todo el bosque.

Matías Ignacio no podía soportar ver a sus amigos gatunos sufrir así, así que decidió hablar con los duendes para pedirles que dejaran de molestarlos. "Hola duendes, ¿por qué están haciendo esto?"- preguntó Matías Ignacio.

"Nos aburrimos mucho aquí en el bosque y queremos divertirnos"- respondió uno de los duendes. Matías Ignacio pensó por un momento y luego dijo: "¿Qué tal si jugamos todos juntos? Podemos hacer juegos divertidos sin lastimar a nadie".

Los duendes aceptaron la propuesta y comenzaron a jugar juegos como escondite, carrera de obstáculos y saltar la cuerda. Los gatos también se unieron a la diversión y pronto todos estaban riendo juntos.

Pero entonces ocurrió algo inesperado: mientras jugaban a saltar la cuerda, uno de los duendes tropezó y cayó al suelo. Se lastimó la pierna muy fuerte y no podía caminar bien. Matías Ignacio sabía que tenía que hacer algo para ayudarlo.

Recordando lo que su mamá le había enseñado, buscó algunas plantas medicinales en el bosque y las mezcló para hacer una pomada curativa. Luego se la aplicó al duende herido y lo cuidó hasta que se recuperara.

El duende quedó tan agradecido que decidió enseñarle a Matías Ignacio algunos trucos mágicos que solo los duendes conocían. Juntos aprendieron a hacer aparecer flores de la nada, crear burbujas de colores y desaparecer objetos.

Matías Ignacio estaba fascinado por todo lo que había aprendido, pero también entendió algo muy importante: no importa cuán diferentes sean las personas (o duendes) entre sí, siempre pueden encontrar una manera de llevarse bien y disfrutar juntos.

Desde ese día en adelante, Matías Ignacio siguió explorando el bosque con sus amigos gatunos y los duendes traviesos ya no hacían travesuras. Todos habían aprendido una gran lección gracias a la amistad y la comprensión mutua.

FIN.

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