Matías y el Jardín de las Sorpresas



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía un niño llamado Matías, que apenas tenía dos años. Era un bebé travieso y juguetón, conocido en la vecindad por su energía inagotable y su risa contagiosa. Su madre siempre decía: "¡Matías, tené cuidado!" pero eso nunca parecía detenerlo.

Un soleado día, Matías despertó con muchas ganas de jugar. Corrió hacia el jardín, donde ya había planeado construir una fortaleza de almohadas. Pero cuando llegó, se dio cuenta de que su mamá había plantado algunas flores nuevas en el jardín.

"¿Qué son estas cosas bonitas?" - se preguntó Matías, mientras se acercaba a oler las flores.

Mientras los dedos de Matías tocaban suavemente los pétalos, se escuchó un leve zumbido. Era una abejita que volaba de flor en flor.

"¡Hola, abeja!" - gritó Matías emocionado.

La abeja, sorprendentemente, se detuvo en una flor cercana y le dijo:

"¡Hola, Matías! Soy Beatriz, la abeja. Estoy recolectando néctar para hacer miel."

Matías, con sus ojos grandes llenos de curiosidad, le preguntó:

"¿Podés enseñarme a hacer miel?"

"Claro, pero primero debes ayudarme a cuidar el jardín y las flores, ya que son su hogar."

Matías nunca había pensado en eso. Sabía que le encantaban las flores, pero entender que necesitaban cuidado lo llenó de responsabilidad.

"Está bien, voy a ayudarte, Beatriz. ¿Qué tengo que hacer?" - dijo Matías decidido.

Beatriz le explicó:

"Debes regarlas con cuidado y no pisar las flores. Los insectos, como yo, también estamos aquí para ayudarlas a crecer."

Matías tomó una pequeña regadera que había dejado su mamá en el jardín y comenzó a rociar agua alrededor de las plantas, esquivando las flores. Pero, en su entusiasmo, terminó derramando un poco de agua sobre la tierra polvorienta.

"¡Oh no!" - exclamó Beatriz. "Eso es genial, Matías. El agua ayudará a las raíces a crecer fuertes."

El fervor de Matías creció aún más al escuchar esto. Se sintió como un verdadero jardinero. Mientras Beatriz volaba de un lado a otro, le enseñó una lección importante sobre el cuidado y la paciencia.

"Y ahora, Matías, recordá siempre: el cuidado trae recompensas. Si cuidás bien de las flores, te sorprenderán con su belleza y color."

Un poco más tarde, Matías se sintió un poco cansado. Se sentó en el suelo y se puso a observar a Beatriz mientras volaba.

"A veces las cosas bonitas llevan tiempo y esfuerzo. Esto es como construir mi fortaleza de almohadas, ¡tengo que ser paciente!" - pensó Matías, sintiendo que había aprendido algo nuevo.

Cuando terminó de ayudar a Beatriz, la abeja le agradeció mucho:

"¡Eres un gran ayudante, Matías! Gracias a vos, el jardín será aún más hermoso."

De repente, Matías sintió que era muy valioso ayudar a los demás.

"Yo quiero hacer más cosas para ayudar!" - exclamó lleno de energía.

El día siguió mágico para Matías. Participó en el cuidado de su jardín y cuando su mamá salió a verlo, notó lo feliz que estaba su hijo, y se sintió orgullosa.

"¡Matías, hiciste un gran trabajo! El jardín se ve maravilloso. ¿Sabías que hay un mundo de criaturas que necesitan cuidados?" - le dijo su mamá.

Matías sonrió, mientras sus ojos se iluminaban por dentro. Sabía que había comenzado una aventura de cuidado, no solo con las flores, sino con todo lo que lo rodeaba.

"¡Quiero aprender más sobre el jardín!"

Y así, Matías se convirtió en el pequeño jardinero del barrio, siempre lleno de aventuras, pero ahora también con un corazoncito que entiende el valor de cuidar a los demás.

Y cada vez que veía una flor, recordaba las palabras de Beatriz y sonreía, sabiendo que, incluso un pequeño niño, podía hacer una gran diferencia.

FIN.

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