Matías y el Valor de la Amistad
En una pequeña escuela ubicada en una comunidad del Gran Chaco, había un chico llamado Matías. Era un niño como cualquier otro, pero tenía una particularidad: su pasión por dibujar. Cada día, Matías llevaba su cuaderno a la escuela, donde llenaba las páginas con coloridos paisajes y criaturas fantásticas. Sin embargo, esta actividad que él amaba era motivo de burlas por parte de algunos de sus compañeros.
Un día soleado, Matías se sentó en su lugar habitual durante el recreo y comenzó a esbozar un enorme dragón que volaba entre nubes de colores.
"Mirá al artista, otra vez dibujando. ¡Dale, Matías, ponete a jugar!" - gritó Joaquín, el niño más popular de la clase, mientras él y sus amigos estallaban en carcajadas.
"Sí, ¿para qué dibujar si podés jugar al fútbol?" - agregó Lucas, con una sonrisa burlona.
A pesar de las risas, Matías continuó concentrado en su dibujo, olvidándose por un momento de las palabras hirientes. Pero en su interior, una sombra de tristeza comenzó a crecer cada vez que escuchaba esos comentarios.
Un día, mientras Matías dibujaba después de clases, conoció a Valentina, una niña nueva que se había mudado a la comunidad. Ella lo vio trabajando en su cuaderno y se acercó.
"¡Hola! Me encanta lo que estás dibujando. ¿Puedo ver?" - preguntó con curiosidad.
Matías, un poco sorprendido, le mostró su dibujo. Valentina observó con atención y sonrió.
"Eres realmente talentoso. Deberías mostrárselo a más gente."
Matías se sintió halagado, algo que no había sentido en mucho tiempo. Desde ese día, Valentina se convirtió en su amiga más cercana. Juntas, compartían dibujos y aventuras en el parque, y Valentina siempre impulsaba a Matías a hacerse valer y a mostrarse tal cual era.
Un viernes, la escuela organizó un concurso de arte. Valentina animó a Matías a participar, y él, con algo de miedo pero con el apoyo de su amiga, decidió presentar uno de sus dibujos.
"¡Tenés que hacerlo! No dejes que los demás te detengan. Tu arte es especial, Matías" - dijo Valentina con entusiasmo.
Con el tiempo, el día del concurso llegó. Matías llegó con su dibujo, nervioso pero decidido. Las risas de Joaquín y su grupo resonaban en su mente, pero esta vez estaba armado con el coraje de su amistad.
El jurado vio su trabajo y, para sorpresa de todos, Matías fue elegido ganador. La ovación de sus compañeros resonó en el aula.
"No puedo creerlo, ¡lo ganó el dibujante!" - dijo Joaquín, ahora con un tono de sorpresa, más que de burla.
Matías sonrió con incredulidad, pero lo que más lo llenó de orgullo fue que Valentina aplaudía de pie, llena de alegría. Su apoyo había significado el mundo para él.
Al día siguiente, Matías se armó de valor y decidió hablar con Joaquín sobre lo que había estado sintiendo. Se acercó a él durante el recreo.
"Joaquín, ¿podemos hablar?" - preguntó Matías, nervioso pero decidido.
"¿De qué?" - respondió Joaquín, cruzando los brazos.
"De lo que decís cuando me ves dibujar. Me hace sentir mal. Me gusta hacerlo, y no creo que haya nada de malo en eso."
Joaquín lo miró con sorpresa. Por un momento, la burla desapareció de su rostro.
"No lo sabía, no quise hacerte sentir así. Pero, ¿no te gustaría jugar al fútbol? Tal vez podríamos..."
"Gracias, pero el fútbol no es lo mío. Pero podrías venir a ver mis dibujos y quizás te gusten."
Aunque al principio reticente, Joaquín finalmente aceptó la invitación. Y así, comenzaron a forjar entre ellos una amistad poco probable.
Matías aprendió que aceptar su pasatiempo y expresar sus sentimientos le ayudaba a liberarse del peso del bullying. También entendió que a veces, el cambio puede comenzar con una conversación y un poco de valentía. Al final, las risas de sus compañeros se convirtieron en aplausos y su amor por el dibujo lo llevó a formar nuevas amistades.
Y así, un día en la pequeña escuela del Gran Chaco, Matías descubrió que la verdadera fortaleza no reside solo en el talento, sino en el valor de ser uno mismo y en el poder de la amistad.
FIN.