Matías y la magia de los colores



En un bosque lleno de maravillas y colores vibrantes, escondida entre los árboles y flores, había una pequeña casita de tapia. Allí vivían dos hermanos, Matías y Elena. Matías, un niño de ojos brillantes y piel morena, pasaba horas dibujando en hojas de papel lo que su corazón y su imaginación le dictaban. Desde paisajes extraordinarios hasta criaturas fantásticas, su amor por el dibujo no conocía límites.

Elena, por otro lado, era una pequeña aventurera con una curiosidad sin frenos. Su piel morena también resplandecía bajo el sol y su sonrisa contagiaba alegría. A Elena le apasionaba la música; adoraba tocar su flautita de caña, creando melodías que hacían bailar a las hojas de los árboles y a los pequeños animales del bosque.

Un día, mientras Matías estaba sentado en la tierra, dibujando un gran arcoíris, vio a su hermana correr hacia él con una expresión de emoción en su rostro.

"¡Matías, Matías! ¡Escuché algo increíble!"

"¿Qué pasó, Elena?"

"Escuché que hay un lugar en el bosque donde los colores vienen a la vida a través de la música. ¡Tenemos que encontrarlo!"

"Eso suena genial, pero ¿cómo lo encontramos?"

"¡Sigamos el sonido de mi flauta!"

Sin dudarlo, Matías guardó sus lápices y siguió a su hermana por el bosque. El canto de melodías suaves resonaba entre los árboles, y poco a poco, los colores de las hojas parecían cobrar más vida. Se aventuraron a través de senderos cubiertos de flores que decoraban el camino.

Después de un rato, llegaron a un claro mágico, donde el aire estaba impregnado de una melodía dulce y envolvente. A su alrededor, los colores brillaban de maneras que nunca habían visto; era como si el bosque mismo estuviese bailando. De repente, una mariposa de mil colores se posó en la frente de Matías.

"¡Guau! ¡Esto es increíble!"

"Te lo dije, hermano. ¡La música trae los colores a la vida!"

Elena, emocionada, comenzó a tocar su flauta. Los colores comenzaron a girar a su alrededor, y los árboles empezaron a moverse lentamente al ritmo de la melodía. Matías, también iluminado por la magia del momento, sacó su cuaderno y comenzó a dibujar. Pero había un problema: mientras se concentraba, la luz de su lápiz colorido comenzó a apagarse.

"Oh no, mi lápiz mágico no funciona..."

"¿Por qué no usas la música para inspirarte?"

"¿Cómo?"

"¡Vamos, toca junto a mí! Cada nota que toques puede cambiar el color de tu dibujo."

Matías dudó por un momento, pero luego decidió intentarlo. Juntos comenzaron a tocar y dibujar. Cada nota de la flauta hacía que los colores del papel cobraran vida: azules brillante, rojos intensos, y verdes que casi parecían bailar.

"¡Mirá, Matías! ¡Tus dibujos están revoloteando!"

"¡Es verdad! ¡Es como si los colores quisieran unirse a la música!"

Mientras la música y el arte se unían, empezaron a ver cómo algo increíble sucedía: una gran bandada de aves de colores vibrantes se unió a ellos, revoloteando sobre sus cabezas, sincronizando sus movimientos con la melodía de la flauta.

"El bosque está agradecido por nuestra unión, hermana. Esto es magia pura."

"¡Y todo gracias a la música y tus dibujos!"

Después de mucho tiempo, cuando el sol empezaba a ponerse, los colores comenzaron a desvanecerse y el sonido de la música fue suavizándose. Matías y Elena miraron a su alrededor embelesados.

"¡Esto fue un día increíble!" exclamó Matías.

"Sí, y tenemos que volver mañana. ¡La música y el arte son una combinación mágica!"

Los hermanos regresaron a su casita de tapia, llevando consigo no solo recuerdos, sino también la idea de que juntos podían crear algo maravilloso y mágico. Y así, en el corazón del bosque del Urabá antioqueño, las aventuras de Matías y Elena continuaron, donde la música y los colores siempre bailarían juntos, inspirándolos a crear y soñar.

FIN.

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