Matías y su Aventura en la Playa
Era una mañana soleada y los pájaros cantaban en el cielo. Matías, un niño de tres años lleno de energía, se despertó emocionado.
"¡Mamá, papá! ¡Hoy vamos a la playa!", gritó Matías, dando saltitos en la cama.
"Sí, mi amor, es un día especial. Vamos a construir castillos de arena y ver el mar", respondió su mamá con una sonrisa.
Con su sombrero de sol y su toalla colorida, Matías bajó corriendo por las escaleras. Su papá ya tenía todo listo en el auto: la nevera llena de frutas, juguetes de playa y, sobre todo, muchas ganas de disfrutar.
La familia llegó a la playa y Matías no podía creer lo que veía. El mar se extendía hasta donde alcanzaba la vista, brillando bajo el sol como si estuviera cubierto de diamantes.
"¡Mirá, papá!", exclamó Matías, señalando a las olas. "¡Es gigante!".
"Sí, Matías. El mar es enorme, pero también muy divertido. Vamos a acercarnos", respondió su papá, llevando al pequeño hacia la orilla.
Al principio, las olas le parecieron un poco aterradoras, pero pronto Matías comenzó a reírse, chapoteando en la orilla. El agua estaba fresquita y lo abrazaba como un gran amigo.
Mientras exploraba, se encontró con un grupo de cangrejitos que escondían entre las rocas.
"¡Mirá, mamá! Cangrejitos!", gritó emocionado mientras se agachaba para verlos de cerca.
"Son muy graciosos, ¿verdad? Están buscando comida entre las piedras", contestó su mamá.
Matías se quedó observándolos un rato, pensando en lo que harían si tuvieran piernas como él. Decidió seguir el juego y comenzó a imitar sus movimientos, arrastrándose por la arena mientras su mamá se reía a carcajadas.
Después de un rato de jugar con los cangrejitos, Matías vio algo sorprendente: el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. Era un atardecer mágico.
"¡Mirá, papá! El cielo está de colores!", dijo Matías, señalando hacia arriba.
"Es hermoso, ¿verdad? Los atardeceres son un recordatorio de que siempre podemos encontrar belleza en el mundo", dijo su papá mientras abrazaba a Matías.
Fue entonces cuando, de repente, Matías vio una gaviota que volaba cerca de la arena. La gaviota parecía girar y bailar en el aire, llevando consigo un mensaje de libertad.
"¡Quiero volar como ella!", expresó Matías, levantando los brazos y simulando que volaba.
"Puedes ser lo que quieras, Matías. Siempre puedes soñar alto", le dijo su mamá.
Matías, inspirado, decidió que iba a ser un explorador de la playa y una vez más corrió hacia el agua, salpicando a su alrededor. En su corazón, sabía que ese día sería solo el comienzo de muchas aventuras.
Al caer la noche, Matías y su familia se sentaron juntos en la arena, mirando las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo. Matías sintió que cada estrella le decía algo especial, le recordaba sus aventuras del día.
"Mamá, papá, ¿podemos venir a la playa otra vez?", preguntó.
"¡Claro! Siempre que quieras, aquí estaremos. La playa es un lugar mágico lleno de sorpresas", respondió su papá, mientras le daba un beso en la frente.
Al final del día, Matías se sintió muy feliz y sabía que en su corazón llevaría siempre esos recuerdos. Aprendió sobre la naturaleza, hizo nuevos amigos entre los cangrejitos y sintió la magia de los atardeceres.
Así, con una sonrisa en su rostro y lleno de sueños por cumplir, Matías cerró los ojos, listo para soñar con sus futuras aventuras en la playa. Y así, el niño soñador se convirtió en un pequeño explorador del mundo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.