Matías y Tomás en la Playa Mágica



Era un brillante día de verano cuando Matías y Tomás decidieron ir a la playa. La arena brillaba como oro y el sonido de las olas era música para sus oídos.

"¡Vamos a construir el castillo más grande del mundo!" - exclamó Matías, lleno de emoción.

"Y yo le pondré una bandera en la cima que dirá ‘Reino de la Amistad’" - agregó Tomás con una sonrisa.

Los chicos empezaron a recolectar palas, cubos y conchas. Juntos, cavaban y apilaban la arena, creando torres y formando un gran castillo. Cada vez que uno proponía una nueva idea, el otro siempre estaba de acuerdo, disfrutando de la unión y la creatividad que compartían.

Poco después, mientras trabajaban en su obra maestra, notaron algo brillando en la arena. Era una concha que resplandecía como un diamante.

"¡Mirá esto, Tomás!" - dijo Matías, acercándose a la concha.

"¡Es hermosa! Tal vez sea mágica" - respondió Tomás, curioso.

Decidieron llevarla al agua para limpiarla. Cuando el agua tocó la concha, comenzó a brillar aún más, y de repente, una suave voz salió de ella.

"Gracias por liberarme, pequeños amigos. Soy la guardiana de la playa, y como recompensa, les voy a conceder un deseo" - dijo la voz.

Los chicos se miraron emocionados.

"¡Un deseo! Esto es increíble!" - gritó Matías.

"¿Qué deseamos?" - preguntó Tomás con los ojos brillantes.

Después de un rato de pensar, Matías dijo:

"Deseemos que todos los niños de la playa se unan a nosotros y compartan un increíble día de juegos y risas".

"¡Es una gran idea!" - respondió Tomás.

La voz de la concha resonó nuevamente:

"Hecho. Que la alegría y la amistad reinen en este día".

De repente, más niños comenzaron a acercarse a la playa. Uno por uno, se fueron uniendo a Matías y Tomás.

El castillo se convirtió en un centro de atracción, y todos colaboraron. Algunos traían cubos, otros palas, y hasta algunos decoraban el castillo con las maravillosas conchas que habían encontrado.

"¡Vamos a hacer una bandera gigante!" - sugirió una niña.

Y así, el grupo se dividió en tareas. Los más grandes se encargaban de la estructura del castillo, mientras los más pequeños recolectaban conchas decorativas. Todos trabajaban juntos y reían.

Lo que comenzó como un deseo simple se convirtió en un evento mágico.

Pero de repente, una nube oscura cubrió el cielo.

"¡Oh no!" - gritó uno de los niños.

"¡Se viene una tormenta!" - murmulló otro.

Los niños miraban ansiosos al cielo, pero Tomás se hizo un lado y, en lugar de desanimarse, dijo:

"No podemos dejar que una tormenta arruine nuestro día. ¡Sigamos jugando!"

Matías, con sus palabras, se sintió inspirado también.

"Sí, aunque llueva, ¡seguiremos construyendo!"

La lluvia comenzó a caer, pero sus risas resonaban aún más fuerte que el sonido de las gotas. Entonces, una idea brillante cruzó la mente de Tomás.

"¡Hagamos un concurso de chapoteo!" - gritó.

Todos los niños empezaron a correr hacia el agua, chapoteando y riendo, mientras la lluvia caía sobre ellos. El castillo seguía en pie, y los niños se olvidaron por completo de la tormenta.

A medida que la lluvia cesaba y el sol iluminaba el cielo nuevamente, un hermoso arcoiris apareció.

"Mirá, ahora tenemos un arcoiris como telón de fondo para nuestro castillo" - dijo Matías, con asombro.

La magia de esa playa, la colaboración y la alegría compartida habían convertido un día común en uno inolvidable.

Cuando el día llegó a su fin, Matías y Tomás miraron su creación, el ‘Reino de la Amistad’. Con las manos en sus cinturas, sonrieron orgullosos y felices de lo que habían logrado.

"Hoy aprendimos que lo más importante no son solo los castillos, sino las amistades que hicimos mientras los construimos" - dijo Tomás.

"Y que siempre debemos seguir adelante, sin importar las tormentas que se presenten" - concluyó Matías.

Los niños se despidieron, prometiendo regresar al día siguiente, listos para nuevas aventuras. Y así, la playa mágica siempre recordaría aquel día en que un simple deseo unió a todos en un mismo corazón.

FIN.

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