Matilda, Samuel y el Conejito Valiente



Era un hermoso día de primavera. Matilda y Samuel, dos amigos inseparables, decidieron salir a explorar el bosque que estaba cerca de su casa. Con sus mochilas llenas de bocadillos y una botella de agua, se adentraron en el camino rodeado de árboles altos y flores de colores.

Mientras caminaban, Matilda, que siempre tenía un espíritu aventurero, dijo emocionada:

"¡Mirá, Samuel! ¡Qué lindo es todo! No puedo esperar para ver qué descubrimos hoy."

Samuel, quien era más reservado pero igual de curioso, añadió:

"Sí, pero no olvides que debemos volver antes de que oscurezca."

Continuaron su paseo, riendo y charlando, hasta que, de repente, escucharon un suave llanto que venía de un arbusto cerca del río que serpenteaba a lo lejos.

"¿Escuchaste eso? Parece que alguien necesita ayuda", dijo Matilda, con su mirada llena de preocupación.

Samuel miró hacia el arbusto y asintió.

"Vamos a ver qué es", respondió.

Se acercaron y encontraron a un pequeño conejo atrapado en un pozo muy poco profundo, con sus patitas intentando salir.

"¡Oh, pobrecito!", exclamó Matilda, agachándose para mirar al conejito.

"No te preocupes, vamos a ayudarte", añadió Samuel, sintiendo que tenían que hacer algo.

Matilda, que siempre había sido buena para hacer amigos con los animales, comenzó a hablarle.

"Hola, pequeño conejito. No te asustes, estamos aquí para ayudarte. ¿Te parece si intentamos sacarte de ahí?"

El conejito, aunque asustado, dejó de llorar y la miró con sus ojos grandes y tiernos.

Samuel, pensando rápidamente, dijo:

"Podemos usar el lazo de mi mochila. Si lo atamos bien, el conejito podrá agarrarse y nosotros lo levantaremos juntos."

Matilda estuvo de acuerdo y comenzó a atar el lazo.

"¿Listo? Cuando digamos ‘ahora’, ¡tirá del conejito hacia arriba!"

Samuel asintió, y juntos gritaron:

"¡Ahora!"

Con todas sus fuerzas, levantaron y, para su alegría, el conejito logró salir del pozo.

"¡Lo logramos!", gritó Matilda, saltando de felicidad.

"¡Gracias, amigos!", dijo el conejito, que, aunque aún un poco temeroso, se sentía más seguro.

"No hay de qué, pequeño. ¿Cómo te llamás?", le preguntó Samuel.

"Me llamo Copito. ¡Ustedes son unos héroes!"

De repente, el río comenzó a brillar bajo los rayos del sol y todos miraron maravillados. Matilda dijo, con una sonrisa:

"¿Qué te parece si vamos juntos hacia el río? Podemos jugar un rato."

"¡Sí!", respondió Copito, moviendo su cola con alegría.

Los tres amigos corrieron hasta el río, donde jugaron, saltaron y disfrutaron de un rato divertido. Jugaron a esconderse entre los arbustos, haciendo carreras y buscando piedras de diferentes colores.

"¡Esto es genial!", dijo Samuel mientras intentaba atrapar a Copito, quien era muy ágil.

"Nunca había jugado con un conejo!", exclamó Matilda riendo.

Después de un rato de juegos, el cielo comenzó a nublarse y Matilda miró el reloj.

"Chicos, creo que deberíamos volver a casa antes de que se haga tarde."

"Pero no quiero irme aún!", protestó Copito.

"Yo tampoco", añadió Samuel, sintiendo que habían hecho un amigo muy especial.

Matilda tuvo una idea:

"¿Por qué no hacemos una promesa? Cada vez que podamos, vendremos a visitarte e invitarte a jugar. ¡Así podemos seguir siendo amigos!"

Copito, emocionado, dijo:

"¡Me encantaría eso! ¡Lo prometo!"

Y así fue como Matilda, Samuel y Copito hicieron una nueva amistad. No solo habían rescatado a un conejito del pozo, sino que también aprendieron el valor de la amistad, la empatía por los animales y la importancia de cuidar la naturaleza.

Así, regresaron a casa felices y con el corazón lleno, sabiendo que, juntos, podían enfrentar cualquier aventura.

FIN.

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