Matilda y el Gran Cruce
Era un hermoso día soleado en la ciudad de Buenos Aires. Matilda, una niña de siete años con grandes ojos curiosos y un cabello rizado, jugaba en el parque con su perrito Polo, un pequeño terrier juguetón. De repente, Polo vio algo que llamó su atención.
- ¡Guau! ¡Guau! - ladró, corriendo hacia el otro lado de la calle.
- ¡Polo! ¡Volvé! - gritó Matilda, preocupada.
Pero Polo no la escuchó y siguió corriendo. Matilda miró hacia el cruce de la calle. Había coches que pasaban velozmente.
- ¡Ay, no! ¿Cómo haré para cruzar? - pensó, tratando de controlar su miedo.
Se sentó en un banco del parque y observó a las personas que cruzaban. Vio a un hombre con un sombrero, una señora con una bolsa de compras y un grupo de niños. Todos parecían ser felices al cruzar, pero Matilda sabía que debía ser muy cuidadosa.
- ¡Ya sé! - exclamó de repente. - Preguntaré a la señora de la bolsa. Ella seguramente sabe cómo hacerlo.
Matilda se acercó a la señora, que la miró con una sonrisa amable.
- Disculpame, señora. ¿Cómo hago para cruzar la calle de forma segura? - preguntó.
- Primero hay que mirar a ambos lados y luego buscar el semáforo. Si está en verde, ¡podés cruzar! - explicó la señora.
Matilda asintió y miró hacia la esquina. El semáforo estaba en rojo.
- Entonces, tengo que esperar - dijo Matilda, sintiendo que cada segundo le parecía una eternidad.
Mientras esperaba, Matilda recordó algo que su mamá siempre le decía: "La paciencia es una virtud". Entonces decidió contar en voz baja:
- Uno, dos, tres...
Al salir del tres, el semáforo cambió a verde.
- ¡Ahora sí! - exclamó. Matilda se agarró del borde del banco, dio un paso adelante y miró a ambos lados.
El camino estaba despejado.
- ¡Vamos, Matilda! - se dijo a sí misma mientras cruzaba con precaución.
En el camino, escuchó un ruido extraño. Era un gato atrapado en un arbusto.
- ¡Ay, pobrecito! - dijo, mirando al gato con compasión.
Matilda pensó en ayudarlo, pero también recordó que debía encontrar a Polo.
- No puedo dejar que Polo se asuste. Después volveré a ayudarte, pequeño amigo - prometió mientras seguía avanzando.
Finalmente, llegó al otro lado de la calle. Justo en ese momento, Polo apareció, moviendo su cola con alegría.
- ¡Polo! ¡Te encontré! - gritó Matilda, emocionada.
Polo saltó a sus brazos y ambos celebraron el reencuentro.
Pero en ese instante, el gato también apareció, ahora libre de su trampa. Se acercó a Matilda y Polo.
- ¡Mirá, Polo! - dijo Matilda, - parece que el gato también se unió a nosotros.
La niña decidió que necesitaban ayudar al gato, así que lo acarició con ternura.
- Ahora somos un equipo. ¡Vamos a ser valientes y ayudar a quien lo necesite! - exclamó Matilda con determinación.
De regreso al parque, Matilda se sintió orgullosa de haber cruzado la calle de forma segura. No solo había rescatado a su perrito, sino que también decidió ayudar a un amigo en el camino.
Y así, Matilda aprendió que ser valiente no es solo cruzar una calle, sino también cuidar de los demás. Desde ese día, Matilda decidió que, sin importar el desafío, siempre buscaría maneras de ayudar a quienes lo necesitaran.
FIN.