Matilda y el Misterio de los Pasos Perdidos



Era un día soleado en Sevilla y los olores de las tapas y el flamenco llenaban el aire. Matilda, una niña curiosa con un talento especial para resolver misterios, paseaba por las calles adoquinadas de la ciudad cuando de repente escuchó un grito.

"¡Ayuda! ¡Alguien me ha robado mis zapatos!" - gritaba una ancianita, con la voz temblorosa.

Matilda corrió hacia ella.

"No se preocupe, señora. ¿Puede contarme qué sucedió?"

"Estaba disfrutando de mi paseo por la plaza cuando un pato travieso apareció y me los quitó. Nunca había visto un pato tan astuto. ¡Tengo que recuperarlos!"

Con una sonrisa, Matilda decidió ayudar a la señora. Primero, se dirigieron a la plaza, donde habían visto al pato por última vez. La plaza estaba llena de turistas y lugareños, disfrutando del arte y las tradiciones.

"¿Dónde está el pato?" - se preguntó Matilda, mirando a su alrededor.

De repente, escucharon un crujido. Matilda siguió el sonido hasta un pequeño callejón donde encontró el sombrero de un niño.

"¡Miren! Este es el sombrero de Juan, el pequeño pintor. Quizás él haya visto al pato."

Llamaron a Juan, que estaba parado con su caballete pintando un paisaje.

"Hola, Matilda. Claro que sí, vi un pato corriendo hacia el arroyo. ¡Llevaba unos zapatos!"

Triunfante, Matilda se dirigió al arroyo con la ancianita y Juan. Al llegar, descubrieron a un grupo de patos, pero uno de ellos era diferente: ¡tenía los zapatos de la ancianita!"¡Miren! Ahí está el pato ladrón!" - exclamó Matilda.

Se acercaron con cuidado, intentando no asustarlo. Matilda pensó un momento y tuvo una idea.

"Voy a usar unos trozos de pan para distraerlo. ¡Así podremos recuperar los zapatos!"

Después de unas cuantas migas, el pato se distrajo intentando picotear el pan. Con un movimiento rápido, Matilda se acercó y logró recuperar los zapatos.

"¡Eureka!" - gritó Matilda, sosteniéndolos en alto.

"¡Mis zapatos! ¡Gracias, gracias!" - sonrió la ancianita, con lágrimas de felicidad en sus ojos.

Matilda y Juan se rieron mientras la ancianita se calzaba sus zapatos nuevamente.

"¿Qué vamos a hacer con el pato?" - preguntó Juan.

"Quizás deberíamos ofrecerle un poco más de pan y dejarlo ir. Después de todo, él solo estaba buscando un bocadillo rico!"

El trío decidió dar al pato unos trozos de pan extra mientras reían y disfrutaban de la alegría de haber resuelto el misterio.

Y así, Matilda aprendió que a veces, un poco de creatividad y trabajo en equipo es todo lo que se necesita para resolver los problemas, y que incluso un pato travieso puede tener un buen motivo.

Y desde aquel día, en las calles de Sevilla, todos los que conocían a Matilda decían con una sonrisa: "¡Ahí va la niña que atrapa patos!"

Matilda se sintió feliz de haber hecho nuevos amigos y regresar a casa con una hermosa aventura en su corazón, lista para su próximo misterio.

FIN.

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