Matilda y los Pajaritos sin Hogar
Era una tarde nublada en el pequeño pueblo de Florilandia. Matilda, una niña de ojos brillantes y corazón lleno de amor por los animales, paseaba por el parque cuando vio una escena que la hizo sentir un nudo en el pecho. Un montón de pajaritos revoloteaban cerca de lo que solía ser su hogar, un hermoso árbol que la tormenta de la noche anterior había derribado.
"¡Oh, pobrecitos!" - exclamó Matilda mientras se agachaba para observar más de cerca a los pajaritos. "¿Dónde irán ahora a buscar refugio?"
Los pajaritos, asustados y desorientados, piaban con tristeza. Matilda sintió que no podía quedarse de brazos cruzados. Se le ocurrieron muchas ideas para ayudar a esos pequeños seres.
Decidida a darles un nuevo hogar, Matilda corrió hacia su casa y comenzó a hacer una lista de materiales. "Voy a necesitar madera, paja y algo de cuerda. Todo lo que se me ocurra para construirles una casa" - murmuró mientras corría por el jardín.
Con la ayuda de su abuelo, que era un carpintero experimentado, comenzaron a recolectar los materiales que Matilda había anotado.
"¿Cómo te gustaría que fueran las casas, Matilda?" - le preguntó su abuelo con una sonrisa.
"Quiero que sean pequeñas, coloridas y cómodas, abuelo. Además, tienen que ser resistentes a la lluvia para que nunca más se mojen" - respondió ella con entusiasmo.
Así fue como empezaron a trabajar. Juntos cortaron la madera, la pintaron de diferentes colores alegres y, por último, construyeron pequeñas casitas para los pajaritos. Pero las casas no eran sólo casas; Matilda también quería hacer algo especial.
"¡Abuelo!" - exclamó de repente "¡Podemos hacer balcones para que puedan mirar el paisaje!"
"¡Es una excelente idea!" - respondió su abuelo, disfrutando de la creatividad de su nieta.
Tras varias horas de trabajo, Matilda y su abuelo habían construido un verdadero vecindario para los pajaritos. Cada casita era única, adornada con flores de papel y pequeños dibujos que Matilda hizo con sus lápices de colores.
Sin embargo, cuando fue el momento de colocar las casas, Matilda se dio cuenta de que necesitaba un buen lugar. Buscando el árbol donde antes vivían los pajaritos, notó que, aunque estaba caído, su tronco aún era fuerte.
"¡Lo sé!" - gritó emocionada "Usaremos el tronco como base para nuestras nuevas casas" - y comenzó a colocar las casitas sobre el tronco, creando un hogar en altura.
Los pajaritos, intrigados, empezaron a acercarse. Matilda los observó con una mezcla de nervios y emoción. "Vamos, pajaritos, ¡esta es su nueva casa!" - los animó.
Poco a poco, los pajaritos comenzaron a entrar en sus nuevas casitas. Matilda sonrió al ver cómo se acomodaban en sus nuevos hogares. Pero, de repente, un fuerte viento sopló, y las casitas comenzaron a tambalearse.
"¡Abuelo!" - gritó Matilda, preocupada. "¡Necesitamos hacer algo para que no se caigan!"
Su abuelo pensó un momento y dijo: "Vamos a usar la cuerda para atarlas al tronco. Así estarán más seguras".
Juntos, aseguraron las casas de los pajaritos, y después de unos minutos, volvieron a colocar las decoraciones. Matilda se sintió aliviada al ver que estaban firmes.
Finalmente, el trabajo estaba completo. Los pajaritos parecían felices en su nuevo hogar. Matilda, emocionada, decidió que debía hacer algo más por ellos.
"Debemos ponerles comida y agua" - sugirió mientras llenaba unos pequeños comederos con semillas. "No se pueden quedar sin merienda".
"Excelente idea, Matilda" - dijo su abuelo, sonriendo nuevamente.
Después de un día lleno de actividades, Matilda se sentó en el césped, observando a los pajaritos disfrutar de sus nuevas casas. Sabía que había hecho algo bueno.
"Ahora siempre tendrán un lugar al que volver, y esta tormenta no volverá a quitarles su hogar." - reflexionó Matilda mientras acariciaba a un pequeño pajarito que se acercó a ella.
Y así, en Florilandia, no solo los pajaritos encontraron un nuevo hogar, sino que Matilda aprendió que con esfuerzo, creatividad y un poco de amor se pueden crear grandes cosas.
FIN.