Matilde y la Magia de la Vindimia



Una soleada mañana, Matilde despertó llena de alegría y emoción. Tenía 4 años y su amor por el campo la hacía sentir como una pequeña exploradora. Hoy era un día muy especial: ¡iba a ver cómo se hacía la vindimia! Con su vestido de flores y una gorra que le había regalado su abuela, Matilde salió corriendo de casa, lista para descubrir el mundo de las uvas.

Al llegar al viñedo, Matilde quedó maravillada. Los hilos de vides se extendían ante sus ojos como una alfombra verde, y los racimos de uvas colgaban, brillantes y jugosas.

"¡Mirá, mirá! Las uvas parecen pelotitas moradas", exclamó Matilde, señalando con sus deditos.

El abuelo Antonio, quien era el dueño del viñedo, sonrió al ver la emoción de su nieta.

"Sí, Matilde. Pero estas son las pelotitas que nos dan el jugo para hacer vino. Hoy vamos a recolectarlas, ¿quieres ayudarme?"

Matilde asintió con energía. Aunque era pequeña, estaba decidida a ser parte de esta mágica actividad.

Mientras caminaban entre las hileras de vides, el abuelo Antonio le explicó:

"Cada uva se recoge con mucho cuidado. No se pueden aplastar, porque queremos que lleguen enteritas a la bodega. Si no, se pierde el jugo delicioso."

Matilde prestó atención y comenzó a recolectar las uvas con una pequeña canasta que le habían dado. Sin embargo, después de un rato, se sintió cansada. Las uvas eran más pesadas de lo que parecía. Sin darse cuenta, una de ellas se le escapó de la mano y ¡plop! cayó al suelo.

"¡Oh no! La uva se cayó", dijo Matilde, un poco preocupada.

El abuelo le sonrió y dijo:

"No te preocupes, Matilde. Las uvas también se caen a veces y eso está bien. Aprendemos de nuestros errores. ¿Quieres que te enseñe cómo hacer para que no se caigan?"

Matilde, deseosa de aprender, asintió con fuerza.

El abuelo le mostró cómo sostener suavemente cada racimo con una mano mientras cortaba el tallo con la otra. La pequeña observaba con atención y, tras unos intentos, logró recoger algunos racimos enteritos.

"¡Mirá, abuelo, lo logré!", gritó Matilde, emocionada.

El abuelo, orgulloso, le dio una palmadita en la cabeza.

"¡Muy bien, pequeña! Te estás convirtiendo en una experta en la vindimia. Ahora, vamos a llevar la cosecha a la bodega para prensar las uvas."

Mientras caminaban hacia la bodega, Matilde vio un grupo de niños jugando al borde del viñedo.

"Abuelo, ¿puedo ir a jugar un ratito?" preguntó.

"Claro, pero asegúrate de volver a tiempo para probar el jugo de uva. ¡Es delicioso!" respondió el abuelo.

Matilde corrió hacia los niños y se unió al juego. Sin embargo, mientras jugaban, se sintió un poco triste al pensar en que tal vez se perdería la oportunidad de ver cómo hacían el jugo. Finalmente, decidió dejar el juego y regresar al abuelo.

Cuando llegó a la bodega, el abuelo estaba listo para mostrarle el proceso.

"Mirá, Matilde. Aquí es donde ponemos las uvas. Las aplastamos suavemente para sacar el jugo. Es un trabajo en equipo."

Mientras el abuelo hacía su magia, Matilde se asomó a un pequeño tanque donde caía el jugo espumoso.

"¡Es hermoso! Parece un río de morado", exclamó sorprendida.

Tras varios minutos, el abuelo le dio un pequeño vaso con jugo fresco.

"Aquí tienes, prueba tu recompensa por ayudar hoy. ¿Nunca has probado algo tan bueno?"

Matilde tomó un sorbo y sus ojos se iluminaron.

"¡Es el mejor jugo que jamás he probado!" gritó contenta.

Desde ese día, Matilde no solo amó más el campo, sino que también aprendió que el trabajo requiere esfuerzo, pero vale la pena por las recompensas dulces y deliciosas que resultan de él. Su corazón se llenó de alegría y se prometió que siempre ayudaría a cuidar el viñedo porque sabía que era un lugar mágico lleno de sorpresas. Y así, con su gorra y su canasta, Matilde se convirtió en la mejor ayudante de la vindimia, siempre lista para aprender más y disfrutar de cada momento en el campo.

FIN.

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