Mauricio y el Misterio de la Casa Abandonada
En un pequeño pueblo, rodeado de árboles altos y sombras alargadas, vivía un niño llamado Mauricio. Era un chico curioso y aventurero, y le encantaba explorar todo lo que estuviera a su alrededor. Su mayor anhelo era descubrir los secretos que ocultaban los lugares más misteriosos de su barrio.
Una tarde, mientras paseaba con su perro Max, Mauricio escuchó rumores sobre una casa abandonada al final de la calle. Todos en el pueblo hablaban de ella como si fuera un lugar embrujado. Los mayores contaban historias sobre ruidos extraños y luces que aparecían en las ventanas. Sin embargo, esa idea sólo avivó la curiosidad de Mauricio.
"Max, ¿viste la casa de la que hablan todos? ¡Vamos a investigar!" exclamó Mauricio, con los ojos brillando de emoción.
Max ladró, como si también estuviera de acuerdo con la aventura. Al caer la tarde, los dos amigos se aventuraron hacia la casa. Era grande, con ventanas polvorientas y un jardín lleno de hierbas altas. Parecía olvidada por el tiempo, pero Mauricio no se dejó asustar.
Al llegar a la puerta, la empujó y esta chirrió ominosamente. "¡Hola!" gritó Mauricio, buscando valientemente una respuesta. Pero sólo el eco de su voz respondió. Entro en la penumbra, iluminando su camino con una linterna.
Dentro, la casa estaba llena de telarañas y el aire olía a viejo. Mauricio caminó hacia la sala principal, y de repente escuchó un ruido: un golpeteo suave.
"Max, ¿oíste eso?" preguntó, un poco inquieto.
"Guau..." contestó Max, olfateando el aire nerviosamente.
Mauricio decidió seguir el sonido. Al atravesar un pasillo, notó que las puertas se abrían y cerraban ligeramente, como si alguien más estuviera en la casa. – "¿Hay alguien ahí?" - llamó con voz temblorosa.
Sin embargo, no hubo respuesta. Su corazón latía fuerte, pero su curiosidad era más fuerte que el miedo. Siguió explorando hasta que llegó a una habitación al fondo, donde encontró un viejo baúl cubierto de polvo. Lo abrió lentamente y, para su sorpresa, dentro había un montón de juguetes viejos y libros rotos.
"¿Qué es esto?" se preguntó Mauricio, al levantar un viejo peluche. Era un perro de tela, pero lo que lo sorprendió fue que al tocarlo, el juguete le susurró. "Gracias por liberarme...".
Mauricio dio un salto hacia atrás, y Max ladró con fuerza.
"P-pero, ¿cómo es posible?" - balbuceó Mauricio.
"He estado atrapado aquí por muchos años. Necesito que me ayudes a volver a mi hogar. Hay otros juguetes que también quieren salir", explicó el peluche.
Mauricio, todavía asombrado, decidió ayudar al juguete. Junto con Max, comenzaron a buscar en la vieja casa. Cada habitación que exploraban revelaba juguetes que, como el perro, querían ser liberados. Mauricio aprendió que cada uno de ellos tenía una historia y un deseo, que habían sido olvidados por el tiempo.
Sintiendo que estaba haciendo algo importante, Mauricio dijo: "Los llevaré a casa. No es justo que estén aquí solos!". Todos los juguetes se entusiasmaron y juntos salieron en una procesión de colores y risas.
Cuando finalmente salieron de la casa, Mauricio se sintió como un héroe. "Ustedes nunca más tendrán que estar solos", les prometió.
Desde aquel día, Mauricio se encargó de cuidar de los juguetes y siempre les recordaba la importancia de la amistad y la compañía. Aprendió que algunos miedos son solo sombras de lo desconocido y que a veces, lo que parece aterrador puede convertirse en una gran aventura llena de aprendizajes y sorpresas.
Así, Mauricio y Max continuaron explorando, pero ahora siempre con una sonrisa y rodeados de amigos llenos de historias.
Fin.
FIN.