Max y el Dentista Mágico
En el taller de Santa Claus, en el pueblo de Jollywood, vivía un pequeño duende llamado Max. Era un duende alegre y juguetón, pero había un pequeño gran secreto que lo atormentaba: tenía pavor de ir al dentista.
Un día, mientras sus amigos duendes construían juguetes, Max no podía concentrarse. Sabía que pronto tendría que ir al dentista para una revisión, y le daba escalofríos solo pensarlo.
"¿Qué te pasa, Max? Te veo un poco inquieto", le preguntó Benny, un duende de gorra roja.
"Es que... tengo que ir al dentista y me asusta mucho", confesó Max, mirando hacia el suelo.
Los demás duendes se miraron entre sí, preocupados por su amigo.
"No te preocupes, Max. Todos hemos ido al dentista y es más fácil de lo que parece", dijo Lucy, una duende con un lazo brillante en la cabeza.
Pero Max no estaba convencido.
"No sé... ¿y si me hacen doler?"
El gran Santa, que había estado escuchando la conversación, se acercó y se agachó a la altura de Max.
"Max, amigo, ir al dentista es muy importante. A veces da un poco de miedo, pero es un lugar donde nos cuidan y nos aseguran que nuestros dientes estén sanitos. Además, ¡tengo una idea!"
Max levantó la vista, interesado.
"¿Cuál?"
"Vamos a hacer una visita mágica al dentista juntos. Tú, yo y todos tus amigos. ¡Será como una aventura!"
Max, intrigado por la idea, asintió lentamente.
Mientras se preparaban, Santa explicó que el dentista tenía un toque mágico.
"Es un dentista que ama a los duendes y siempre tiene sorpresas. ¿Acaso no te gustaría recibir un regalito después de tu cita?"
"¿Regalitos?", preguntó Max, con un brillo en sus ojos.
"¡Sí! Además, podemos llevar unos dulces para que los comparta con los niños al final del día. Todo será divertido", aseguró Benny emocionado.
Los duendes se pusieron en marcha. Cuando llegaron al consultorio del dentista, Max sintió un nudo en el estómago.
"Veamos qué tal es, ¡tú puedes, Max!", lo alentó Lucy.
Entraron y fueron recibidos por el dentista, el Dr. Diente de León, quien era un duende enorme con una gran sonrisa y una bata blanca llena de colores.
"¡Hola, pequeños! Bienvenidos a mi loca sala de magia dental. ¡Los estaba esperando!"
Max miró alrededor y vio que el lugar estaba decorado con luces brillantes, juguetes y una máquina que hacía burbujas.
"Esto no se ve tan mal después de todo", pensó Max.
Después de saludar a sus amigos, el Dr. Diente de León le dijo a Max:
"Max, ven, tengo algo especial para vos. Primero, ¡vamos a jugar a un juego de dientes!"
El dentista le mostró un chiste donde debían adivinar qué dulce era el que dañaba más los dientes. Max sonrió y se olvidó del miedo.
Pronto llegó el momento de la revisión.
"¿Listo, Max?", le preguntó Santa, dándole una palmadita en el hombro.
"Voy a intentarlo", dijo Max tomando aire.
Al ponerse en la silla, el Dr. Diente de León le habló con suavidad.
"No hay de qué preocuparse. Solo miraremos si tus dientes están felices. ¿Te parece?"
Max asintió y, para su sorpresa, no dolió en absoluto. El dentista resultó ser muy divertido y compartió historias de otros duendes que habían venido a verlo.
Luego de unos minutos, el Dr. Diente de León terminó la revisión.
"¡Tus dientes están sanísimos! ¡Hiciste un trabajo fantástico, Max! Te mereces un regalo", exclamó el dentista.
Max estaba tan alegre, y recibió una hermosa brújula que brillaba en colores.
"Ahora siempre podrás encontrar tu camino hacia el mundo de los dientes sanos", aseguró el Dr. Diente de León.
Max salió de la consulta con una gran sonrisa, brillando más que nunca. Todavía no podía creer que había superado su miedo.
"Gracias, amigos. ¡No sé qué haría sin ustedes!", dijo Max emocionado.
"¡Sabíamos que lo lograrías!", gritaron a coro sus amigos.
De vuelta en el taller, Max se sintió más seguro que nunca. Cada vez que veía a su brújula, recordaba que los miedos se pueden superar con amor y apoyo de los amigos.
Y así, Max no solo encontró el valor para ir al dentista, sino que también aprendió que la amistad puede convertir cualquier miedo en una dulce aventura.
FIN.