Melissa y sus días encantados
Melissa era una niña muy especial. Desde que se levantaba por la mañana hasta que se acostaba por la noche, seguía sus rutinas diarias con mucha disciplina y alegría.
Cada día comenzaba temprano, con una sonrisa en el rostro y un brillo en los ojos. Por las mañanas, Melissa se despertaba con el canto de los pájaros y el suave rayo de sol que entraba por su ventana.
Se estiraba como un gatito y luego se levantaba de un salto de la cama. Rápidamente abría las cortinas para dejar entrar toda la luz del día y empezar con energía su jornada.
-¡Buenos días, sol! ¡Buenos días, pajaritos! -saludaba Melissa alegremente mientras se lavaba la cara y los dientes. Después del desayuno, Melissa se ponía su ropa favorita: unos jeans cómodos, una remera colorida y sus zapatillas más veloces. Estaba lista para salir a jugar al parque con sus amigos.
Pero antes de eso, tenía una rutina muy importante que cumplir. -Cepillarse bien los dientes es clave para tener una sonrisa sana y bonita -pensaba Melissa mientras pasaba el cepillo por cada rincón de su boca.
Una vez en el parque, Melissa corría, saltaba y jugaba sin parar. Le encantaban los columpios, el tobogán y jugar a la mancha con sus amigos. Siempre estaba llena de energía y alegría, contagiando a todos los que estaban a su alrededor.
Al regresar a casa para almorzar, Melissa ayudaba a poner la mesa y luego disfrutaba de una comida casera preparada con amor por su mamá. Después del almuerzo, llegaba uno de sus momentos favoritos del día: la hora de dibujar.
Melissa sacaba sus lápices de colores y su cuaderno especial, donde plasmaba todo lo que había vivido durante el día: árboles verdes, flores multicolores e incluso retratos divertidos de sus amigos. Para ella, dibujar era como contar historias sin palabras.
-Papá siempre dice que mis dibujos son tan coloridos como mi personalidad -se decía Melissa orgullosa mientras coloreaba un arcoíris gigante en el cielo azul. Antes de dormir, Melissa tenía otra rutina importante: leer un cuento antes de cerrar los ojos.
Su mamá le leía cuentos maravillosos sobre princesas valientes, animales parlanchines o aventuras en tierras lejanas. Era el momento más tranquilo del día, donde podía dejar volar su imaginación antes de sumergirse en un dulce sueño reparador.
Y así terminaban los días de Melissa: llenos de risas, juegos e aprendizajes gracias a seguir sus rutinas diarias con entusiasmo y dedicación. Porque para ella cada pequeño detalle importaba y hacían cada día único e inolvidable.
FIN.