Melodies of Inclusion



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Lucía. Lucía era una niña muy especial, tenía síndrome de Down y se sentía diferente a los demás niños.

Aunque su familia y amigos la querían mucho, Lucía no sabía cómo expresar lo que sentía. Un día, mientras caminaba por el parque con su mamá, vio a un grupo de niños jugando al fútbol.

Lucía siempre había querido jugar al fútbol como ellos, pero pensaba que no podía hacerlo bien porque era diferente. Lucía se acercó tímidamente al grupo y les preguntó si podía jugar con ellos. Los niños se miraron unos a otros sorprendidos por su pregunta.

Uno de ellos dijo: "No sé si puedes jugar, eres diferente". Estas palabras hicieron que Lucía se sintiera aún más triste y sola. Pero justo en ese momento apareció Mateo, un niño nuevo en el pueblo que acababa de mudarse desde otra ciudad.

Mateo era un chico amable y comprensivo. Mateo se acercó a Lucía y le dijo: "¡Claro que puedes jugar! Todos somos diferentes de alguna manera y eso es lo que nos hace especiales".

Las palabras de Mateo hicieron sentir mejor a Lucía y juntos fueron hacia el grupo para unirse al juego. A medida que pasaban los días, Lucía fue ganando confianza gracias al apoyo de Mateo.

Sin embargo, todavía había momentos en los que se sentía frustrada porque no podía expresar completamente sus emociones. Un día, mientras paseaban por la feria del pueblo, encontraron un puesto donde vendían instrumentos musicales. Lucía se sintió atraída por un pequeño teclado y decidió probarlo.

Para su sorpresa, cuando tocó las teclas, pudo expresar todas sus emociones a través de la música. Lucía y Mateo decidieron contarle a todos sobre el talento musical de Lucía.

Organizaron un concierto en el pueblo donde Lucía pudo mostrar al mundo lo que sentía a través de sus melodías. La gente del pueblo quedó asombrada por el talento de Lucía y finalmente comprendieron que ser diferente no era algo malo, sino algo hermoso y especial.

A partir de ese momento, tanto los niños como los adultos comenzaron a tratar a Lucía con respeto y amor. Lucía se dio cuenta de que tenía una forma única e increíble para expresarse: la música.

Desde aquel día, continuó tocando el teclado y compartiendo su arte con todos.

Gracias al apoyo incondicional de Mateo y la música como su voz, Lucía aprendió que no importaba si era diferente o cómo los demás la veían; lo más importante era ser ella misma y encontrar su propia manera de expresar lo que sentía.

Y así, con una sonrisa en su rostro y melodías en su corazón, Lucía enseñó al mundo que todos somos especiales, únicos y capaces de encontrar nuestra propia voz para compartir nuestras emociones con el mundo.

FIN.

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