Meñique y su gran aventura
Había una vez un pequeño monito llamado Meñique que vivía en el corazón de la selva. Aunque era un monito muy divertido y juguetón, a veces le gustaba preocuparse demasiado por cosas que no eran tan aterradoras como parecían. Su mamá siempre le decía: "Meñique, a veces debes soltar un poco esas preocupaciones y ver la belleza que te rodea." Pero, a veces, le costaba mucho hacerlo.
Un día, Meñique se despertó con una gran inquietud. "¿Qué pasará si llueve hoy?" pensaba mientras se daba vuelta en su cama, hecha de hojas. "¿Y si no encuentro a mis amigos para jugar?". La noche anterior, había soñado que todos sus amigos se habían ido a jugar al otro lado de la selva, y esa idea le daba un poco de miedo.
Decidido a no perderse de nada, se vistió rápidamente y salió al claro donde siempre se encontraba con sus amigos. "Buenos días, amigos!" saludó con entusiasmo, aunque por dentro seguía un poco nervioso. Pero al mirar a su alrededor, vio que el sol ya brillaba y la selva estaba llena de sonidos alegres.
De repente, de entre los árboles, apareció su mejor amiga, una ardilla llamada Lila. "¡Meñique! ¡Meñique! ¡Vamos a jugar a la búsqueda del tesoro!" - exclamó, moviendo su colita emocionada.
Meñique quiso ser parte de la aventura, pero sentía un pequeño nudo en el pecho. "¿Y si no encuentro el tesoro y todos se decepcionan?" pensó. Sin embargo, recordó lo que su mamá le había dicho. Así que respiró hondo y se dijo a sí mismo: "Voy a disfrutar el momento, pase lo que pase."
Con eso en mente, se unió a Lila y sus otros amigos que ya estaban formando equipos. Una vez comenzada la búsqueda, Meñique comenzó a sentir esa preocupación de nuevo cada vez que debía elegir un camino. "¿Qué tal si el camino que elijo me lleva a un lugar peligroso?" - murmuraba para sí mismo.
Pero en ese momento, el sabio búho, Don Pío, que siempre observaba desde su rama preferida, decidió intervenir. "¡Hey, pequeño Meñique! Deja de preguntarte sobre lo que podría salir mal y pregúntate qué maravillas puedes encontrar. Piedra que no muerdes, no es piedra".
Al oír esto, Meñique decidió dejar de pensar en lo que podría fallar. Empezó a explorar con sus amigos, cada rayo de sol que se colaba entre las hojas lo llenaba de energía. A cada paso se daba cuenta de que había un mundo increíble que descubrir. "¡Miren esto!" - gritó mientras encontraba un colorido arco iris en una charca de agua.
El día siguió lleno de risas, juegos y encuentros inesperados. Sin darse cuenta, Meñique había encontrado el tesoro: una hermosa colaboración con sus amigos. Y todo lo que había temido había resultado ser una gran aventura. Al final del día, todos se sentaron a admirar el atardecer juntos.
Mientras el cielo se llenaba de colores, Meñique sintió que el nudo en su pecho había desaparecido. "Quizás preocuparme no sirve de nada. ¡Hoy me divertí mucho!" - exclamó feliz. Lila y los demás sonrieron, compartiendo sus historias de la búsqueda del tesoro.
Desde ese día, cada vez que Meñique se sentía un poco inquieto, recordaba su aventura de aquel día y, en lugar de enfocarse en las cosas que podrían salir mal, decidía disfrutar del viaje.
Y así, el pequeño monito aprendió que cada día es una nueva oportunidad y que la mejor manera de enfrentar sus miedos era con sus amigos a su lado.
FIN.