Meredith y el Mundo de las Palabras Mágicas



Era la primera luz del día que entraba a través de la ventana, iluminando el rostro de la pequeña Meredith. Se sentó en la cama y miró hacia sus lados; sus dos padres aún dormían, envueltos en un suave susurro de sueños. Con una sonrisa en su rostro, Meredith comenzó a balbucear palabras ininteligibles, como si estuviera descubriendo un nuevo idioma en el aire.

"Mamí, papá, ¡despertateeeen!" gritó entusiasmada, logrando que su madre se despierte primero, estirando los brazos con un bostezo que parecía de lo más voluminoso.

"Buenos días, mi amor", respondió su madre con una voz soñolienta. "¿Qué estás diciendo en esa lengua secreta de las hadas?".

Meredith se rió, sus ojos brillaban como estrellas. Tenía un deseo especial: quería aprender a hablar como las grandes hadas que había escuchado en los cuentos.

"Voy a contarles algo muy importante, ¡pero necesito palabras mágicas!" exclamó.

Su padre se desperezó y se unió a la conversación. "¿Y cómo conseguir esas palabras mágicas, pequeña hadita?".

"¡Leyendo libros!" respondió Meredith con firmeza, llenándose de determinación. "Los libros tienen las palabras mágicas; deben ser muy especiales".

Así que, después de un desayuno lleno de risas y cuentos sobre hadas y aventureros, Meredith se dispuso a buscar en su biblioteca. Mientras buscaba, recordó a su amiga Ana, quien siempre le hablaba sobre los libros de aventuras.

"Sí, Ana tiene razón", murmuró para sí misma. "Los libros me van a llevar a lugares mágicos".

Finalmente, encontró un libro enrollado en un papel azul que decía "Los cuentos más maravillosos de la infancia". Lo abrió y se sumergió en la historia de un valiente caballero y una princesa que habían viajado miles de kilómetros.

"¡Voy a ser valiente como el caballero!" dijo Meredith, su pequeña voz resonando por el cuarto.

Al caer la tarde, cuando los rayos del sol se filtraban de nuevo por la ventana, Meredith ya había leído cuatro historias. Estaba llena de entusiasmo y no podía esperar para contarles a sus padres lo que había aprendido.

Cuando ambos se reunieron nuevamente, ella dijo: "¡Miren lo que encontré! Cuentos de aventuras, magia y palabras especiales que me hacen sentir poderosa".

Su madre sonrió y le preguntó: "¿Qué te gustaría hacer con esas palabras mágicas?"

"¡Contarle a Ana que seré una gran narradora de historias!" respondió Meredith. Pero, de repente, su expresión cambió.

"Pero… ¿y si no soy lo suficientemente buena?".

Su padre se acercó con ternura y le dijo: "Todos empezamos desde algún lugar, Meredith. La clave está en intentarlo y disfrutarlo. Cada palabra que aprendas, te hará más fuerte".

Meredith pensó en lo que su padre había dicho; decidió que no se dejaría llevar por el miedo. Se propuso componer una historia sobre su aventura de ayer, cuando había jugado en el parque con Ana.

"Voy a escribir sobre nosotras como heroínas, enfrentando dragones que son solo árboles y despejando ríos que son solamente charcos", exclamó muy segura.

Y así fue cómo, con papel y lápiz en mano, comenzó a plasmar su historia mágica en una hoja en blanco. Sus padres se sentaron a su lado, animándola.

Al terminar, se llenó de orgullo y leyó en voz alta: "Había una vez una niña valiente, su mejor amiga, y una mágica tarde en el parque donde se encontraron con... ¡las palabras mágicas del poder!".

La habitación estalló en aplausos y risas.

"¡Hiciste un gran trabajo, Meredith!" dijo su madre.

"¡El comienzo de una gran autora!" agregó su padre con un guiño.

Esa noche, después de contarles a sus padres sobre sus mágicas palabras, Meredith se sintió cansada pero satisfecha. Se acercó a la ventana, miró las estrellas y pensando en todas las historias que aún podía contar, se dormía repitiendo en voz baja:

"Las palabras mágicas son reales. Solo hay que buscarlas en los libros".

Y así, con su corazón lleno de sueños y palabras mágicas, Meredith se sumergió en el mundo de la imaginación y el valor, lista para enfrentar nuevas aventuras cada día.

FIN.

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