Metegol
En un pequeño pueblo argentino llamado Pueblito Alegre, había cuatro amigos inseparables: Lucas, Mateo, Sofía y Julián. Todos amaban el fútbol y soñaban con ser grandes jugadores algún día. En cada esquina había un espacio pequeño, donde con una pelota y un par de arcos improvisados, se las ingeniaban para pasar horas jugando.
Un día de verano, mientras jugaban en el parque, Sofía tuvo una idea brillante. "¿Y si hacemos un torneo de fútbol en el pueblo?" - sugirió emocionada. "¡Sí! ¡Sería increíble!" - exclamó Julián, con los ojos brillando de entusiasmo. "Podríamos invitar a todos los chicos del pueblo y hacer equipos" - agregó Mateo.
Pero Lucas, quien era un poco más realista, se preocupó. "¿Y si no vienen muchos? Puede que solo seamos nosotros y un par más" - dudo.
"No te preocupes, Lucas. ¡Vamos a hacer carteles y a invitar a todos!" - dijo Sofía con determinación. Así, los cuatro amigos se pusieron a trabajar. Colocaron carteles en la plaza, en la escuela y hasta en la tienda del pueblo.
Con gran alegría, el día del torneo llegó. El sol brillaba y todo el pueblo parecía estar emocionado. Pero, cuando llegó el momento de comenzar, se dieron cuenta de que solo habían venido cinco chicos, incluidos ellos. La decepción se hizo presente y Lucas, desalentado, dijo: "Veo que nuestra idea no funcionó".
Mateo, tratando de levantar el ánimo, propuso. "Podemos jugar entre nosotros y divertirnos igual. ¡Lo importante es disfrutar del fútbol!" Entonces, se formaron dos equipos, y a pesar de que no eran muchos, se lanzaron a jugar con todo su corazón.
Durante el primer tiempo, Sofía, con agilidad impresionante, logró anotar el primer gol. "¡Goooool!" - gritó mientras celebraba con sus amigos. En ese momento, un grupo de niños que paseaba por el parque se detuvo a mirar. "¿Podemos jugar también?" - preguntaron entusiasmados.
"¡Por supuesto! ¡Vengan!" - respondió Julián, emocionado por la llegada de más chicos.
Sin pensarlo, los nuevos llegaron y se sumaron al juego. La alegría y el entusiasmo fueron creciendo, y pronto el campo de juego se llenó de risas y goles.
El torneo, en lugar de ser lo que pensaban al principio, se convirtió en una gran fiesta. Los padres se sumaron con tortas y jugos, y todos comenzaron a animar a los equipos.
Pero justo cuando parecía que todo iba a ser perfecto, un grupo de chicos mayores llegó al parque. Miraron con desdén a los que estaban jugando y comenzaron a burlarse. "No se dan cuenta que esto es un juego de nenes!" - dijo uno de ellos, riéndose.
Lucas, sintiéndose un poco inseguro, bajó la cabeza. Pero Sofía no se quedó callada. "¡El fútbol es para todos! Y hoy estamos aquí, ¡divirtiéndonos juntos!" - respondió con valentía.
Mateo añadió: "Si quieren jugar, ¡sean bienvenidos! No necesitamos burlas, sino más amigos para pasarla bien!"
Los chicos mayores se sorprendieron por la respuesta firme de Sofía y Mateo. Después de un rato, decidieron unirse al juego. Desde ese momento, las cosas cambiaron. Todos aprendieron que el fútbol no solo se trataba de ganar, sino de disfrutar, de compartir y hacer amigos.
Al finalizar el torneo, los cuatro amigos, felices, se dieron cuenta de que su idea había sido un éxito. "No solo jugamos al fútbol, ¡hicimos nuevas amistades!" - comentó Julián.
"Y además, demostramos que la diversión y el compañerismo son lo más importante" - añadió Lucas, sonriendo mientras recordaba cómo había dudado al principio.
Esa tarde, el parque se llenó de risas y de promesas de futuros encuentros. Los cuatro amigos comprendieron que no solo habían organizado un torneo, sino que se había creado un lazo muy especial entre todos los chicos del pueblo. Y así, Pueblito Alegre se llenó de fútbol, alegría y, sobre todo, de amistad. ¡Fin!
FIN.