Mi campo de flores mágicas



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Floricanto, una niña llamada Lía que tenía un campo de flores mágicas. Cada mañana, Lía despertaba y corría hacia su campo, que estaba lleno de flores de todos los colores imaginables: rojas, azules, amarillas, y hasta de un verde brillante que nunca había visto. Las flores tenían un brillo especial y, cuando Lía acercaba su mano a ellos, se llenaban de mil colores.

Un día, mientras jugaba en su campo, escuchó un murmullo que provenía de una de las flores.

"Hola, Lía!" - dijo una flor amarilla con un acento juguetón.

Lía, sorprendida, dio un paso atrás.

"¿Estás hablando?" - preguntó con los ojos muy abiertos.

"Sí, soy una flor mágica. Mi nombre es Solina. Cada vez que alguien feliz me toca, puedo hablar. ¿Por qué no vienes a jugar un rato?"

Lía sonrió y se acercó a Solina.

"¡Me encantaría!" - exclamó.

Día tras día, Lía y Solina se hicieron inseparables. Cada vez que Lía se sentía triste o sola, iba a su campo y hablaba con las flores, que siempre tenían palabras amables y risas contagiosas.

Pero un día, una sombra oscura apareció sobre el campo. Era un grupo de seres grises, que se acercaban con un aire de tristeza. Lía se preocupó y se acercó.

"¿Quiénes son ustedes?" - preguntó tímidamente.

"Nosotros somos los Nublados, criaturas que han olvidado cómo ser felices. Venimos a buscar flores, porque nuestras almas están marchitas y necesitamos su luz" - respondió uno de ellos, temblando.

Lía se sintió conmovida por la tristeza de los Nublados.

"¿Por qué no se ríen, por qué no juegan?" - preguntó curiosa.

"Nos hemos olvidado de cómo hacerlo. Nos hemos encerrado en la tristeza tanto tiempo que hemos perdido nuestra alegría" - dijo otro Nublado con voz sombría.

Lía decidió que tenía que ayudar.

"Vengan a jugar con nosotros. Les prometo que las flores devolverán la risa a sus corazones" - los invitó.

Los Nublados se miraron entre sí, dudosos. Pero finalmente, uno de ellos, llamado Lumo, sonrió tímidamente.

"¿Y si no podemos reír?" - preguntó Lumo.

"¡Intentémoslo! Tal vez pueda funcionar!" - animó Lía.

Así, juntos, comenzaron a saltar, bailar y reír en el campo de flores mágicas. Tras los primeros intentos llenos de nervios y vacilaciones, los Nublados fueron dejando escapar pequeñas risas. Con cada risa, las flores brillaban aún más y una magia especial empezó a llenar el aire.

De repente, algo extraordinario sucedió: las flores comenzaron a liberar burbujas de colores llenas de risas y canciones. Cada burbuja explotaba en un estallido de alegría que hacía que todos sonrieran. Lía y los Nublados comenzaron a saltar entre las burbujas, llenando el campo de música y risas.

Al fina del día, cuando el sol comenzaba a ocultarse, los Nublados ya no eran los mismos.

"¡Gracias, Lía! Nunca hemos sido tan felices." - dijo Lumo con lágrimas de alegría.

"Las flores han despertado nuestra alegría. Prometemos volver y visitarte más a menudo" - agregó otro Nublado.

Con una sonrisa radiante, Lía miró su campo, ahora más brillante que nunca. Sabía que a veces, solo hace falta un poco de alegría y diversión para recordar la felicidad que llevamos dentro.

Y así, Lía, Solina y los Nublados se convirtieron en amigos inseparables, llenando cada rincón del pueblo de Floricanto con risas y color, enseñando a todos que la alegría se puede encontrar incluso en los corazones más tristes.

Desde entonces, el campo de Lía no solo era un lugar de flores mágicas, sino también un hermoso refugio para los Nublados y cualquier persona que necesitara recordar su risa y alegría.

FIN.

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