Mi fiel amigo



Era un día soleado en la ciudad de Buenos Aires, y en una pequeña casa de San Telmo vivía un niño llamado Tomás. Tomás era un chico lleno de energía y siempre dispuesto a explorar. Tenía un amigo muy especial, un perro llamado Max, que lo acompañaba en todas sus aventuras.

Una mañana, cuando Tomás salió de su casa, Max lo recibió moviendo la cola.

"¡Vamos, Max! Hoy vamos a buscar tesoros en el parque" - exclamó Tomás con entusiasmo. Max ladró alegremente, como si también compartiera ese mismo deseo.

Los chicos del barrio solían hablar de un viejo árbol en el parque que escondía un tesoro mágico. Tomás y Max decidieron que ese día sería el momento perfecto para ir a buscarlo.

Al llegar al parque, se encontraron con sus amigos, Lucia y Nacho, que estaban jugando a la pelota.

"¡Hola Tomás! ¿A dónde van con Max?" - preguntó Lucía, curiosa.

"Estamos en busca de un tesoro mágico. ¿Quieren venir?" - respondió Tomás emocionado.

"¡Sí! ¡Contadnos más!" - dijo Nacho mientras se acercaba.

Los cuatro amigos se pusieron en marcha hacia el viejo árbol. Mientras caminaban, Max olfateaba el aire, como si ya supiera que la aventura estaba a punto de comenzar.

"Dicen que el tesoro está escondido bajo las raíces del árbol, y que solo los que tienen un corazón puro pueden encontrarlo" - explicó Tomás, mientras sus amigos escuchaban con atención.

Cuando llegaron al árbol, era aún más grande de lo que habían imaginado. Sus ramas se extendían hacia el cielo y su tronco era grueso y retorcido. Las raíces formaban una especie de cueva.

"¿Cómo vamos a encontrar el tesoro?" - preguntó Lucía, mirando al árbol con asombro.

"¡Cavemos!" - propuso Nacho, sacando unas pequeñas palas que habían traído.

Los niños empezaron a cavar con entusiasmo, mientras Max correteaba alrededor, ladrando de felicidad. Tras un rato de esfuerzo y risas, una de las palas golpeó algo duro.

"¡Encontré algo!" - gritó Tomás, mientras todos se agachaban para ver. Era una caja de madera cubierta de tierra.

"¡Vamos a abrirla!" - dijo Lucía, con los ojos brillantes.

Con gran expectativa, Tomás levantó la tapa de la caja. Dentro encontraron un montón de piedras de colores.

"¿Esto es el tesoro mágico?" - preguntó Nacho, un poco decepcionado.

"No hay oro ni joyas, pero son piedras hermosas" - respondió Tomás al observarlas.

"Quizás el tesoro no siempre es lo que esperamos" - comentó Lucía, mirando las piedras.

De repente, Max comenzó a ladrar y a cavar con sus patas. Rápidamente, los chicos se unieron a él, y juntos descubrieron una pequeña nota envuelta en una cinta.

"Leamos lo que dice" - sugirió Lucía, mientras Tomás desenrollaba el papel.

"El verdadero tesoro es la amistad y los momentos que compartimos. Cuídense unos a otros y siempre busquen lo que brilla en sus corazones" - leyó Tomás en voz alta.

Los niños se miraron sorprendidos, comprendiendo que el tesoro no eran las piedras, sino el tiempo que pasaron juntos.

"¡Esto es increíble!" - exclamó Nacho.

"Podemos pintar las piedras y regalarlas a nuestros amigos" - sugirió Lucía, emocionada.

Con una nueva idea en mente, decidieron llevar las piedras a casa y decorarlas. Pasaron toda la tarde pintando, riendo y creando recuerdos. Cuando terminaron, cada uno tenía una piedra única que representaba su amistad.

"Max, gracias por ser nuestro fiel amigo" - dijo Tomás acariciando a su perro. Todos asintieron, sintiendo que la aventura había sido aún mejor de lo que esperaban.

Desde ese día, Tomás, Lucía, Nacho, y por supuesto, Max, se dieron cuenta de que cada nueva aventura que vivieran juntos sería el verdadero tesoro. Y así, continuaron explorando, creando lazos más fuertes y llenando sus corazones de momentos inolvidables.

FIN.

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