Mi flotador en forma de pato
Era un caluroso día de verano, y Mateo, un niño de siete años, estaba muy emocionado porque su madre le había prometido llevarlo a la pileta. Desde hacía semanas, imaginaba todos los juegos que podría hacer con su nuevo flotador en forma de pato, que había elegido en la juguetería de la esquina. Tenía un gran pico amarillo y ojos brillantes que parecían estar siempre alegres.
- ¡Mirá, mamá! -dijo Mateo, mientras mostraba orgulloso su flotador-. Es el mejor de todos.
- ¡Es hermoso! -respondió su madre, sonriendo-. Estoy segura de que te diviertan mucho.
Cuando llegaron a la pileta, Mateo se quedó maravillado. El agua brillaba bajo el sol, y los niños reían mientras chapoteaban. Sin perder tiempo, se puso su flotador en forma de pato y saltó al agua.
- ¡Súbete al pato, Mateo! -gritó su amigo Lucas, quien también estaba en la pileta.
Sin pensarlo dos veces, Mateo hizo una pirueta y tomó impulso. Pero, cuando se lanzó, ¡oh no! En lugar de aterrizar sobre su flotador en forma de pato, cayó directamente al agua y se dio un buen chapuzón.
- ¡Mateo! -exclamó Lucas entre risas-. ¡Sos un pato volador!
Mateo emergió del agua, riendo a carcajada suelta. Después de todo, ¡somos amigos y podemos reír juntos!
Pasaron las horas, y la pileta se iluminó con risas y juegos. Mateo hizo carreras con Lucas, chapoteó con otros nenes y hasta se atrevió a saltar desde el borde de la pileta.
- ¡Mirá, el pato vuela! -dijo una niña pequeña que se reía al verlos jugar.
Pero después de un rato, cuando Mateo estaba disfrutando de un momento de tranquilidad flotando en su pato, notó que un grupo de nenes estaba haciendo una competencia de saltos.
- ¡Quiero participar! -pensó, sintiendo un cosquilleo de emoción en la barriga. Pero, al verlo desde su flotador, se sintió un poco nervioso.
- ¡Vamos, Mateo! -lo animó Lucas desde el borde de la pileta-. ¡Demostrá que tu pato es el más valiente!
Mateo respiró profundo y decidió que no podía dejar que el miedo lo detuviera. Se acercó al borde, pero justo en ese momento vio a una niña angustiada, llorando porque su flotador de unicornio se estaba alejando y no podía alcanzarlo.
- ¡Espera! -gritó Mateo, recordando que él podía ayudar.- ¡Voy en mi pato!
Se lanzó al agua y, con unos fuertes movimientos de brazos, nadó rápido para alcanzar al flotador.
- ¡Agarralo! -le gritó al unicornio mientras lo empujaba con el pie hacia la niña. Finalmente, logró rescatarlo y, con una sonrisa de orgullo, llevó el flotador hacia ella.
- ¡Gracias! -dijo la niña entre lágrimas, ahora sonriendo-. ¡Eres un héroe!
Mateo sonrió de vuelta, sintiendo una calidez en su pecho que nunca había experimentado antes. Había dejado de lado su propio deseo de saltar y había tendido la mano a alguien que lo necesitaba.
- ¡Felicidades, Mateo! -lo aplaudió Lucas desde el borde-. ¡Eras un verdadero pato valiente!
Mateo se sintió muy feliz. Se dio cuenta de que ser un héroe no siempre significaba hacer saldos geniales o buscar aplausos, sino ayudar a los demás.
- Tenés razón, Lucas -dijo con una sonrisa-. Ser un pato puede ser más que solo flotar.
La competencia de saltos se olvidó, y todos se unieron para jugar juntos. El resto de la tarde pasó volando entre juegos, risas y un montón de chapuzones.
Cuando el sol comenzó a bajar y la pileta se vaciaba, Mateo dijo:
- Este fue el mejor día de mi vida. ¡Gracias, pato!
Y así, con su flotador en forma de pato bajo el brazo y un gran corazón lleno de alegría, Mateo aprendió que la verdadera diversión a veces viene de ayudar a otros.
Y así, el pato de Mateo no solo lo llevó sobre las aguas, sino que también lo guió hacia nuevos y hermosos amigos.
Fin.
FIN.