¡Mi primera muñeca de ventrilofo!
Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires, una nena llamada Ana que soñaba con ser ventriloquista. Siempre que veía una función de títeres en la plaza, sus ojos se llenaban de brillo y su corazón se aceleraba. Sin embargo, había un pequeño problema: no tenía una muñeca para practicar.
Un día, mientras paseaba con su mamá, se encontró con un taller de manualidades en el centro de la ciudad. Al entrar, vio a una señora muy amable, que se encontraba creando algo maravilloso: una muñeca con una sonrisa radiante y ojos que parecían brillar al sol.
"¡Hola! Soy Ana. ¿Qué estás haciendo con esa muñeca tan linda?" - preguntó con curiosidad.
"¡Hola, Ana! Estoy haciendo una muñeca de ventriloquista. ¿Te gustaría hacer una también?" - dijo la señora, con una sonrisa.
Ana sintió que su sueño se hacía realidad, y aceptó entusiasmada.
Pasaron horas trabajando juntas, eligiendo los colores, cosiendo y dando vida a la muñeca. Ana decidió que su muñeca se llamaría Rita. Cuando terminaron, la muñeca no solo era hermosa, sino que Ana sentía que había puesto un pedacito de su corazón en ella.
"¡Rita, seremos un gran equipo!" - le dijo Ana, mientras abrazaba a su nueva amiga.
Una vez en casa, Ana empezó a practicar sus primeras frases. Sin embargo, la muñeca parecía tener vida propia. A veces, Ana se olvidaba de mover la boca de Rita mientras hablaba y la gente se reía de su forma de hacerlo.
"¡Ana! No se trata sólo de hablar, tenés que dejar que la gente sienta que soy yo la que habla. ¡Vamos!" - decía Rita, como si fuera un personaje real.
Ana se reía de la situación, pero se dio cuenta de que tenía que aprender a manejar a su muñeca correctamente. Así que decidió inscribirse en un taller de ventriloquismo que se realizaría en la biblioteca del barrio.
El primer día de clases, Ana estaba muy nerviosa. En el aula había chicos y chicas de todas las edades.
"Hola a todos, soy Ana y esta es Rita. ¡Estamos muy felices de estar aquí!" - saludó con entusiasmo.
"¡Hola, Ana! No te preocupes, todos estamos aquí para aprender, ¡vamos a divertirnos!" - dijo una nena de pelo rizado llamada Sofía.
El taller comenzó con ejercicios de respiración y vocalización. Ana se concentró, pero siempre terminaba riendo con lo que decía Rita.
"¡Gracias por el aplauso, pero no lo necesito! Estoy muy acostumbrada a esto. ¡Soy una estrella!" - decía Rita con un tono de estrella de cine, lo que hacía que todos rieran a carcajadas.
A medida que pasaban los días, Ana se volvió más segura de sí misma y de su habilidad ventríloqua. Hasta que un día el profesor anunció una función de fin de curso, donde todos los estudiantes presentarían su acto.
"Voy a dar lo mejor de mí y Rita, ¡tenemos que hacer reír a todos!" - exclamó Ana emocionada.
Sin embargo, a medida que se acercaba el día del espectáculo, Ana comenzó a dudar. Pensaba en si podría hacerlo bien, si la gente se reiría, si cometería un error. Una noche, sin poder dormir, le habló a Rita:
"¿Qué vamos a hacer si me pongo nerviosa en el escenario?"
"Ana, si te pones nerviosa, simplemente respira hondo y recuerda que soy tu compañera y estamos juntas en esto. Lo más importante es divertirnos. ¡Vamos a brillar!" - respondió Rita.
El día del espectáculo llegó. Ana estaba lista, pero su corazón latía a mil por hora. Cuando fue su turno, subió al escenario con un aplauso entusiasta del público.
"¡Hola a todos! Soy Ana, y esta es mi amiga Rita. Hoy venimos a hacerlos reír, así que... ¡que empiece la función!" - gritó con entusiasmo.
Durante su presentación, Ana vivió momentos divertidos junto a Rita. Hacían chistes, hacían muecas y, al final, el público estaba en pie aplaudiendo. Ana se sintió feliz, realizándose como ventriloquista y sintiendo que el sueño que había tenido desde pequeña, realmente se había cumplido.
Al final de la función, la señora del taller se acercó y le dijo:
"Ana, lo hiciste increíble. Tienes un gran talento. ¡Nunca dejes de soñar!"
Ana sonrió y abrazó a Rita.
"Esto es solo el comienzo. ¡Gracias, amiga!"
Y así, Ana siguió practicando y aprendiendo, con la certeza de que quien sueña en grande, ¡siempre puede llegar lejos! Al final, lo que importa no es sólo el talento, sino el amor y la dedicación que ponemos en nuestras pasiones. ¡Y así, el ventriloquismo se convirtió en la aventura más divertida de la vida de Ana!
Fin.
FIN.