Mi Súper Papá que Me Ayuda Siempre



Era una mañana soleada en el pequeño barrio de Villa Esperanza. Tomás, un niño curioso y lleno de energía, se despertó con muchas ganas de jugar. Pero esta vez, no solo quería divertirse, sino que también quería ser un gran inventor. Su súper papá, Martín, siempre lo apoyaba en todas sus locuras, así que decidió que era el momento de hacer algo especial juntos.

– Papá, ¡quiero inventar un cohete! – dijo Tomás con sus ojos brillantes.

– ¡Eso suena increíble! Vamos a necesitar algunas cosas – respondió Martín, entusiasmado.

Tomás y su papá comenzaron a buscar materiales en la casa. Encontraron botellas, cartón, papel aluminio y hasta una cámara de fotos vieja. Con cada objeto que reunían, Tomás sentía que su sueño estaba más cerca. Pero justo cuando estaban listos para trabajar, un fuerte viento comenzó a soplar.

– Oh no, mira ese nublado – observó Tomás, señalando al cielo.

– ¡No te preocupes, podemos continuar en el garage! – sugirió su papá.

Entonces, trasladaron su proyecto al garage. Mientras trabajaban, Tomás se dio cuenta de que no sabía cómo combinar todos los materiales. Miró a su papá, quien siempre tenía una respuesta para todo.

– Papá, ¿cómo hacemos que el cohete vuele? – preguntó.

– Necesitamos un poco de imaginación y mucha paciencia. Vamos a pensar cómo funciona un cohete de verdad – explicó Martín.

Tomás pensó un momento y luego tuvo una idea.

– ¡Podemos hacer que el cohete tenga propulsores de papel!

– Esa es una excelente idea, Tomás, pero necesitaríamos algo que produzca el empuje.

– ¡Y si usamos bicarbonato y vinagre! – exclamó Tomás.

Martín sonrió, orgulloso de la creatividad de su hijo. Juntos, prepararon los materiales y comenzaron con el experimento. Pero justo cuando estaban a punto de lanzar su cohete, la puerta del garage se cerró de golpe.

– ¿Qué pasó? – preguntó Tomás, un poco asustado.

– Parece que el viento quiere jugar con nosotros – dijo su papá, mientras intentaba abrir la puerta. Sin embargo, el viento era demasiado fuerte y no podían salir.

– ¿Y ahora qué hacemos?

– No te preocupes, Tomás. A veces, los obstáculos nos dan una oportunidad para inventar algo nuevo.

– ¡No quiero quedarme atrapado! – se quejó Tomás, sintiendo que la aventura había tomado un giro inesperado.

Martín pensó un momento y luego sonrió.

– Esto es... ¡exactamente lo que necesitamos! Podemos construir un sistema para que el cohete salga volando por la ventana del garage.

– ¡Genial, papá! – dijo Tomás, emocionado de tener un plan. Juntos, comenzaron a modificar su cohete, añadiendo una cuerda para que pudiera elevarse hacia afuera.

Después de muchas risas, pruebas y pequeños errores, finalmente lograron terminar su cohete. Salieron al patio justo cuando una ráfaga de viento cesó y el sol brilló de nuevo.

– ¡Listo para el lanzamiento! – dijo Martín, mientras ayudaba a Tomás a colocar el cohete en la base improvisada.

– 3, 2, 1... ¡Despegue! – gritó Tomás y, con un toque de vinagre y bicarbonato, el cohete salió disparado por el aire, elevándose como si de verdad estuviera volando.

La alegría de Tomás fue inmensa.

– ¡Lo logramos, papá! – gritó, dando saltos de felicidad.

– Sí, hijo. Lo hicimos juntos.

Desde ese día, Tomás aprendió que, aunque a veces se presenten desafíos, siempre hay una manera de superarlos si se trabaja en equipo. Y cuando tenía a su lado a su súper papá, nada parecía imposible.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!