Mi Vida Pintada con Colores del Arcoíris
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos brillantes, una niña llamada Lila. Lila era una niña alegre y curiosa, a la que le encantaba pintar. Su habitación estaba llena de colores: rosas, amarillos, azules, y verdes que se esparcían por las paredes y el suelo. Pero había algo que a Lila le preocupaba: su amigo Pablo, un chico que siempre iba vestido de gris. Pablo no era triste, pero creía que el gris era el color más sencillo y que no necesitaba más.
Un día, mientras Lila pintaba un enorme mural en la plaza del pueblo, se acercó Pablo y, al ver tanto color, frunció el ceño.
"¿Por qué pintas todo de colores, Lila? El gris es mucho más práctico..."
"Pero, Pablo, ¡los colores hacen que la vida sea más divertida!"
"No sé... A veces el color puede ser confuso."
Lila tenía una idea. Decidió que sería un buen momento para mostrarle a Pablo el poder del color.
"Ven conmigo a explorar el bosque. Te prometo que verás algo increíble."
"¿El bosque? No sé si quiero ir..."
"¡Vamos! Será una aventura. ¡Te lo prometo!"
Tras insistir, Pablo finalmente aceptó. Juntos, se adentraron en el bosque. Mientras caminaban, Lila le mostraba las flores que brillaban bajo el sol.
"Mirá esa flor amarilla como el sol, y esa otra, ¡es de un violeta hermoso!"
"Sí, son lindas… pero no son tan prácticas como el gris..."
Al llegar al arroyo, vieron algo sorprendente: un pez que reflejaba todos los colores del arcoíris.
"¡Mirá, Pablo! ¡Mirá cómo brilla!"
"Eso es… diferente. No parece gris en absoluto. ¿Por qué?"
"Porque es un pez único. Cada color muestra lo especial que puede ser algo diferente. ¿No querrías ser como él?"
Pablo pensó por un momento.
"Tal vez… tal vez podría probar. Pero no sé por dónde empezar."
"Podrías empezar con un pequeño color, quizás un azul en tu ropa. ¡Mañana podés venir al mural y elegir el color que más te guste!"
Pablo sonrió tímidamente y asintió. Al día siguiente, con un poco de duda y un gran deseo de impresionar a Lila, eligió una camiseta azul claro. Se sentía raro, pero al mismo tiempo, feliz.
"Mirá, Lila, ¡me puse azul!"
"¡Te queda genial! ¿Ves? Ya estás comenzando a añadir más color a tu vida."
Poco a poco, Pablo se animaba más, y cada día elegía un nuevo color para su ropa. Mientas tanto, Lila seguía trabajando en su mural. Cada lienzo que pintaban juntos se llenaba de risas y colores vivos.
Pero un día, llegaron al pueblo un grupo de artistas que proponían una exposición de arte.
"¡Quiero que mi mural esté en la exposición!"
"Pero, Lila, ¿y si no creen que es lo suficientemente bueno?"
"¡Ese no es el punto! Lo que importa es que lo hicimos juntos y le pusimos color a nuestras vidas. ¡Vamos a mostrarlo!"
Los días pasaron y llegó el día de la exposición. Todos en el pueblo se reunieron para ver las obras. Lila estaba nerviosa, pero al mismo tiempo emocionada por compartir su trabajo con todos.
"No puedo creer que estoy a punto de mostrarlo, Pablo. ¿Y si no les gusta?"
"Lo hiciste con amor, y eso es lo más importante."
Cuando finalmente llegó el momento, la plaza se llenó de admiración. La gente aplaudía alegremente la belleza de colores en el mural. Lila sonreía, pero lo más llamativo fue ver a Pablo, exclamando emocionado:
"¡Es increíble! Miren todo lo que se puede expresar con colores, ¡y miren lo que hicimos juntos!"
Ese día, Pablo aprendió que los colores no solo hacían que la vida fuera más interesante, sino que también podían inspirar a otros. Desde entonces, nunca volvió a usar solo el gris.
"Gracias, Lila, por mostrarme el arcoíris de la vida."
"Gracias a vos, Pablo, por atreverte a probar."
Y así fue como en el pequeño pueblo, dos amigos aprendieron que incluso las sombras pueden llenarse de color, siempre que uno esté dispuesto a darle una oportunidad a la vida.
FIN.